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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Internet es la eternidad

Internet es la verdadera parábola de la eternidad, por más que los teólogos no hayan reparado todavía en ello. Quien entra en la Red queda inevitablemente atrapado en ella por los siglos de los siglos y sin un aviso previo como el que Dante creyó ver en la puerta del infierno: "Perded toda esperanza los que aquí entráis".

Si el amable lector tuvo la desgracia de atropellar a un perro, pongamos por caso, la noticia de su involuntaria fechoría permanecerá indefinidamente en los mares de bits de internet, como una botella arrojada al agua. Cualquier navegante por el ciberespacio podrá encontrársela al azar, ya sea hoy o dentro de medio siglo.

Al final, dará la impresión de que ha arrollado no a uno sino a centenares o miles de canes. La culpa perseguirá al autor aún más allá de su muerte, cada vez que algún visitante ocioso vaya a parar a la página -o páginas- donde esa información permanecerá, eterna e inmutable.

No hablemos ya de los vídeos comprometidos, como el de la concejala toledana que saltó a la fama tras hacerse un selfie de su monte de Venus mientras ejercía la suerte de la gayola, que no deja de ser una forma de amor propio. Aquella grabación destinada a usos particulares acabó fatalmente en la Red, donde se reprodujo y multiplicó en miles de webs que ahí quedan para el eterno recuerdo. Paradójicamente, la víctima del lance se llamaba Olvido.

Doctores tiene la Iglesia, aunque en realidad han sido doctores en Derecho los primeros en reconocer -y abordar- el carácter perenne de la información que cae en las mallas de internet y sobre todo en las redes sociales donde tantos insensatos van contando alegremente su vida. Ahí continúan por toda la eternidad las antiguas novias, novios y cónyuges con los que uno se fotografiaba amorosamente sin pensar en que algún día cambiaría de socio o socia en el lecho.

Por no hablar ya de las bobadas que en un momento de inspiración etílica se publican en Twitter, para bochorno de quienes, años después, constatan que en internet el pasado siempre vuelve. Que se lo pregunten, si no, a tantos políticos obligados a borrar apresuradamente -y sin el menor éxito- las cuentas en las que habían ido dejando caer barbaridades antes de adquirir cargos y notoriedad pública.

La amenaza de la eternidad, ahora bien real, ha llevado a los juristas a idear lo que llaman el "derecho al olvido". La Unión Europea lo ha convertido en ley este mismo año, mediante un texto que concede a los navegantes la opción de reclamar que se borren sus datos e informaciones de carácter personal.

Infelizmente, el lógico deseo de que se olviden de uno en internet exige trámites tal vez farragosos y, a mayores, depende de que las grandes empresas del ramo -Google o Facebook, por ejemplo- encuentren razonada o no la petición. A eso hay que agregar todavía la circunstancia de que la Red sea un mar navegable que, como cualquier otro, resulta territorio propicio para las maniobras de piratas y filibusteros.

La enorme capacidad de replicación de cualquier noticia o dato en internet sugiere, en fin, que la idea de aplicar leyes al olvido va a tener tantas probabilidades de éxito como la de ponerle fronteras al océano.

Incluso los agnósticos de pata negra habrán de admitir que la eternidad existe: y además, en este mundo. A diferencia del amor, internet es para siempre.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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