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Joaquín Rábago.

Naciones Unidas

Las Naciones Unidas celebran ahora su setenta aniversario y, aunque hay motivos para conmemorar su existencia, porque el mundo estaría seguramente en mucho peor estado de lo que ya está si no existieran, no es tampoco como para echar las campanas al vuelo.

Podría decirse que la ONU hace lo que puede o lo que le dejan: como simples botones de muestra de sus equivocaciones o fracasos, el genocidio de Ruanda, las guerras de Yugoslavia e Irak o la total incapacidad de hacer cumplir sus resoluciones en Oriente Próximo con un Israel que desafía continuamente a la "comunidad internacional" sin que ocurra nada. Y no hablemos ya de la elección de Arabia Saudí para el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

La organización sufre en cualquier caso un déficit financiero crónico, con independencia de cómo emplee luego sus recursos, en momentos en los que la población mundial se enfrenta a todo tipo de desafíos: desde las guerras y las crisis de los refugiados hasta la creciente desigualdad en todo el mundo y, por supuesto, el cambio climático.

Está además el problema de la composición y las prerrogativas del Consejo de Seguridad, con solo cinco países, los miembros permanentes, con derecho a veto, que impiden muchas veces la adopción de medidas necesarias por culpa de unos o de otros.

Pero hay un problema añadido sobre el que algunos llaman últimamente la atención: la forma en que la ONU está tratando de subsanar la insuficiente financiación de sus operaciones de todo tipo: el recurso al sector privado.

La ONU ha entrado últimamente en relaciones de partenariado con grandes corporaciones así como con las fundaciones que dependen en algunos casos de ellas, como la creada por Bill Gates y su esposa Melinda.

También están entre sus socios grandes laboratorios farmacéuticos, a los que, como explica con toda razón el semanario liberal alemán "Die Zeit", no les interesa especialmente "el fortalecimiento de los sistemas públicos de salud en los países en desarrollo". Ni tampoco en el resto, habría que añadir.

Entre las organizaciones que colaboran con la ONU figuran asimismo el banco Goldman Sachs, el gigante petrolero norteamericano ExxonMobil o la multinacional suiza Nestlé, número uno del mundo del sector alimentario, todas ellas, no con uno, sino con varios escándalos mayúsculos a sus espaldas.

Quienes hemos cubierto profesionalmente en algún momento las negociaciones en diversas agencias de la ONU como la Organización Mundial de la Salud hemos visto la enorme labor de cabildeo que realizan los grandes laboratorios, como ocurre también en otros organismos que no forman, sin embargo, parte del sistema de la ONU, como puede ser la Organización Mundial del Comercio.

La ONU se ha fijado diecisiete objetivos de lo que llama "desarrollo sostenible", entre ellos: acabar con la pobreza y el hambre para el año 2030, lograr la seguridad alimentaria, garantizar el acceso universal al agua potable así como una educación inclusiva y de calidad para todos.

La duda más que razonable que se plantea es cómo se van a conseguir tan loables objetivos, que suponen un mundo socialmente más justo, cuando su consecución va a depender en muy buena medida del sector privado

Es decir, de empresas cuyo principal objetivo es conseguir la máxima rentabilidad posible para su accionariado, lo que pasa siempre por nuevas privatizaciones y que utilizarán sin duda el logo de la ONU para dar una cierta pátina de respetabilidad a sus actividades.

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