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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Formas de hacer dinero

En la ciudad donde resido se habla estos días de dos asuntos relacionados con el dinero, el mucho dinero diría yo. Uno de esos asuntos es la sentencia condenatoria para los antiguos dirigentes de Novacaixagalicia, y el otro, la ascensión momentánea de Amancio Ortega al puesto de hombre más rico del mundo según la forma de contar de la revista Forbes. Los directivos de la Novacaixa (tan nova que solo duró en pie unos meses) fueron condenados a dos años de prisión y a devolver los millones de euros que se habían atribuido como indemnización en caso de cese o despido.

Al no rebasar los dos años de condena evitarán el oprobio de pisar la cárcel, pero en la opinión pública prevalece la idea de que los jueces fueron benignos y que la nómina de encausados por el desastre financiero que significó la entrega del ahorro gallego a manos foráneas, debería ser mucho más amplia. Al menos eso es lo que entiende el joven y buen abogado que presentó en solitario la denuncia, entre sorprendido y extrañado de que otras instancias (partidos, sindicatos, Fiscalía y demás entidades oficiales concernidas en el caso) se abstuvieran de hacer lo propio en defensa de sus representados, de los impositores, y del interés general de la ciudadanía que ha de pagar con sus impuestos los ocho mil millones de euros que costó el rescate de la entidad de ahorro desaparecida, una vez descontado el precio de su venta en cómodos plazos.

Comparto la extrañeza del joven abogado por esa falta de coraje cívico y comparto también su exigencia de ampliar el área de responsabilidad a otros antiguos directivos que hasta ahora no han sido juzgados y disfrutan con toda tranquilidad del mucho dinero con que se retribuyó su nefasta gestión, sus prácticas de nepotismo, y su tren de vida de lujo a costa del ahorro de miles de gallegos. En la ciudad donde resido se cuentan historias sobre inversiones disparatadas en lugares exóticos, compra de una isla, yates y pazos para recreo de la dirigencia, viajes en avión privado a partidos de fútbol y otros eventos, audiciones previas al estreno de óperas, ballets y conciertos sinfónicos, etc., etc. En fin, un tren de vida reservado a grandes (y caprichosos) magnates de las finanzas o a dispendiosos jeques árabes. No sé hasta qué punto todo eso y la nefasta gestión encajan en una figura de delito, pero no hay que desistir de que algún día la justicia se cobre la pieza para contribuir a la necesaria ejemplaridad de una opinión publica desmoralizada por la ingente corrupción.

Contrasta la miserable rapacidad de los encargados de administrar los ahorros de modestos impositores con la exuberante abundancia de dinero que mana sin cesar de los negocios de Amancio Ortega por causa de una actividad comercial -dicen los expertos- bien planificada. Acumular semejante fortuna a base de vender ropa a precios asequibles es algo que estaba fuera de las previsiones del capitalismo productivo, que solo concebía la moda como un producto exquisito reservado a la clase alta. Desde ese punto de vista, democratizar la moda y cobrar por ello es un rasgo de indudable ingenio. Decía Séneca que "una gran fortuna es una gran servidumbre". Habría que preguntárselo a Ortega.

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