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Divididos, no, lo siguiente

Mas ha ganado unas autonómicas, pero ha perdido las plebiscitarias y partido en dos la comunidad

Cataluña votó el domingo más dividida que nunca, y partida en dos se ha quedado la pobre después de pasar por las urnas tres veces en cinco años. En dos de las cuatro provincias de la comunidad, Gerona y Lérida, las candidaturas independentistas, Junts pel Sí y la CUP, ganaron con claridad: 64,6% de votos en la primera y 63,3% en la segunda. En cambio, en las otras dos, Barcelona y Tarragona, esas opciones obtuvieron, respectivamente, el 44,3% y el 49% de los sufragios. Total: menos del 48% para los secesionistas en el conjunto del territorio y cerca del 52% para sus rivales.

Leídos en clave de plebiscito, como Mas y Junqueras querían, estos resultados significan que la mayoría de los catalanes está en contra de la independencia. Y conviene repetirlo cuantas veces haga falta porque, cuando les interese, los soberanistas despegarán el sello que quisieron estamparle a estos comicios. Ya lo hizo el domingo por la noche el líder de ERC, Oriol Junqueras, al afirmar que Junts pel Sí, la candidatura que su partido comparte con Convergència y las entidades organizadoras de las manifestaciones de la Diada, había ganado "en escaños y en votos". Como si se hubieran celebrado, ay, unas vulgares autonómicas.

El triunfo de las candidaturas independentistas es claro -"desacomplejado", que diría un convergente entusiasta-, pero resulta insuficiente para declarar la secesión porque, plebiscitariamente hablando, Junts pel Sí y la CUP han perdido. Y mi pregunta es: ¿se puede aspirar sin cinismo a independizar un territorio cuya provincia más poblada, Barcelona, sólo aporta un 44% de síes a la consecución del ansiado objetivo?

Una provincia en la que, por cierto, Junts pel Sí pierde seis de los 38 escaños que, por separado, cosecharon en 2012 CiU (26) y ERC (12), mientras C's incrementa su cuenta en nueve (de ocho pasa a 17), después de superar por unos cientos de votos al PSC en L'Hospitalet de Llobregat, corazón del antaño llamado "cinturón rojo", y vencer en otra decena de ciudades del área metropolitana de la capital.

En Tarragona, al contacto con la desembocadura del Ebro, C's cuadriplica sus resultados (pasa de 1 a 4 diputados) al robarle dos al PP y uno al PSC. Y Mas y Junqueras pierden un asiento (se quedan con 9), probablemente el que gana la CUP, que obtiene representación por primera vez por esta provincia, lo mismo que sucede en Lleida (1) y Girona (1).

Y todo gracias a una participación récord del 77,4%, diez puntos superior a la de noviembre de 2012. Mas puede presumir de haber arrastrado a las urnas incluso a los catalanes que han olvidado dónde está su colegio electoral. Si lo desea, puede sumar ese mérito al de haber conseguido que en la campaña sólo se hablara de la secesión y sus consecuencias. O al de haber partido en dos a Cataluña. Pero otra cosa son los réditos que su tozudez le ha brindado. Mantiene vivo el envite y poco más, porque está obligado a contar con los diez diputados de la CUP para repetir en el cargo, y los anticapitalistas antisistema, rojos como ellos solos, no son como Junqueras: no ven mayoría donde no la hay, les gustaría proclamar la independencia ya, no dentro de año y medio, y advierten que no investirán a Mas porque el president no es "imprescindible".

O sea, que Junts pel Sí, como partido más votado, debe ir pensando en proponer otro candidato. Y Mas en volver al sector de la peletería; aunque, la verdad, no habría que darle tan pronto por muerto: lleva ahí cinco años intentando erigirse en mártir del independentismo, en faro y guía de un Estado que se despereza, y lo mismo que no veo a la CUP invistiéndole, tampoco veo a los 30 diputados convergentes de Junts pel Sí votando por el profesor de lambada u otro aspirante "de consenso", como el emotivo Oriol o la monja alférez. En fin, ya se verá: hasta el día 9 de noviembre hay tiempo.

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