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Joaquín Rábago.

La Europa de los valores, sometida a prueba

La llamada crisis de los refugiados está poniendo a prueba a la Europa de los valores. Valores como la humanidad, la solidaridad, el derecho de asilo. Una Europa en definitiva moral, muy lejos de la Europa de los mercados, que es la que nos domina actualmente.

La Europa de la responsabilidad también porque no puede desentenderse de las consecuencias de sus acciones como el indecente compadreo con regímenes que reprimen con dureza a sus pueblos -y no hay que hablar solo del pasado: ahí está por ejemplo el caso actual de Egipto- o intervenciones supuestamente humanitarias que sólo han causado destrucción y mayor sufrimiento que el que pretendían eliminar.

En esta crisis todos están mostrándose tal y como son: egoístas o xenófobos algunos como Hungría, para citar el caso más extremo entre los países de la Europa excomunista, cicateros como muchos de la Europa occidental, entre ellos el nuestro, o extremos como Alemania, que no parece conocer nunca término medio.

Tras tratar con bastante insensibilidad al pueblo griego, los alemanes se volcaron de pronto con los refugiados para verse luego obligados a dar marcha tras surgir tensiones en la propia coalición con los socios bávaros, irritados por el anuncio de la canciller Angela Merkel de que el país acogería a cuantos refugiados fuera preciso.

La ética de la responsabilidad pareció imponerse finalmente a la de la convicción. Y la primera exige buscar un difícil equilibrio entre la necesidad imperiosa de dar asilo a quienes huyen de la violencia o la pobreza extrema y el principio de realidad, que aconseja integrar a los refugiados y no crear innecesarias tensiones en las comunidades de acogida.

Porque si una cosa está demostrando también esta crisis es lo rentable que puede resultar a la postre para los demagogos y falsos profetas, que ven en ella la oportunidad de desviar la atención de las causas reales de la otra crisis que nos atenaza -la económica-, culpando siempre a los de fuera del deterioro de los servicios, la competencia a la baja de los salarios o el incremento de la conflictividad.

Así vemos cómo en todo este tiempo no han dejado de crecer los partidos nacionalistas de corte xenófobo, empezando por el francés, con una Marine Le Pen capaz incluso de disputarles la presidencia del país a los partidos tradicionales, sino también en otros países, desde Italia, Grecia o Austria hasta los escandinavos como Suecia, Finlandia o Dinamarca.

Y al mismo tiempo se está poniendo en peligro una de las conquistas de la UE que más nota el europeo de pie como es la creación del espacio Schengen de fronteras abiertas entre los países que lo integran, algo de lo que han podido beneficiarse también los ciudadanos de esos países excomunistas que ahora tantas trabas ponen a quienes tratan de llegar a Europa.

Lo más urgente sin duda es canalizar la llegada de los refugiados, estableciendo centros de acogida en número suficiente y corredores seguros, como ha propuesto, entre otros, el presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, una organización con gran experiencia en ese campo, por ejemplo, en Latinoamérica.

Porque se trata sobre todo de evitar que esos refugiados se conviertan por el camino, ya de por sí difícil, en víctimas de la violencia y la explotación por parte de individuos y bandas sin escrúpulos como está ocurriendo.

Sin olvidar otra tarea imperiosa como es tratar de estabilizar los países de donde proceden. Y no solo por razones egoístas desde el punto de vista europeo, sino sobre todo porque nadie vive ni puede desarrollarse mejor que entre los suyos.

Emigrar debe ser una opción y nunca algo obligado por las circunstancias.

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