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Los altísimos ejecutivos del grupo Volkswagen, cuyos ingresos anuales entre sueldo, incentivos y stock-options deben alcanzar centenares de miles de euros, si no millones, han resultado ser chorizos de lo más tipico, de los capaces de montar un verdadero negocio del trile en el que en vez de preguntarle al incauto donde queda la sotita procedían a engañarle de forma sistemática con los niveles de emisión de gases contaminantes de los automóviles de la marca. El truco consistía, según pudieron averiguar casi por casualidad los investigadores de la universidad de Virginia Occidental, en un dispositivo informático que era capaz de detectar si el coche estaba pasando una prueba de contaminación y entonces la sotita se escondía, dando la impresión de que el motor era de lo más limpio que existe. Pero al volver a la conducción normal las emisiones contaminantes se disparaban hasta alcanzar niveles muy superiores a los admitidos.

Es harto probable que los directivos de Volkswagen responsables de la operación de trile tengan diplomas obtenidos en las mejores universidades que existen; las de Yale, Harvard o el Instituto de Tecnología de Massachusetts, que se yo. Pero el proverbio de que no es el hábito sino la cuna quien hace al monje se aplica por completo en este caso. El presidente ejecutivo en Estados Unidos de la empresa bajo sospecha, Michael Horn, alemán de nacimiento pero graduado en administracion de empresas en la European University de Amberes, Bélgica, y con un título en MBA de la universidad de California en San Francisco, comentó cuando se hizo público el fraude -cito sus palabras textuales- "La hemos cagado por completo". No es una expresión de las que se usan en las aulas de los campus más distinguidos del mundo pero sí cuadra con lo que cabe esperar del lenguaje del trile. La frase significa lo que significa: el reconocimiento de un fracaso lamentable, no de un engaño feroz. Y vaya si la han cagado en la multinacional del automóvil, con un desplome en la Bolsa que es ya el mayor de toda la historia de la compañía.

El principio básico del neoliberalismo justifica que un alto ejecutivo gane verdaderas fortunas como sueldo siempre que el beneficio que genera para la empresa lo justifique y sin otro límite que el que dictan las reglas del mercado.

Por añadidura, los gurús del neoliberalismo están en contra de que haya que pagar grandes impuestos por esos sueldos principescos. Lo que cuenta es el resultado.

Y ahora descubrimos que tales mentes privilegiadas tenían razón. Basta con entender que el negocio del trile entra el esquema y todo se justifica: si alguien es capaz de engañar a las autoridades y a los clientes sobre donde queda la sotita pues mejor para él y bienvenidas sean sus nóminas sin límite. Solo hay una frontera que, !ay!, no se puede pasar. Los principes del trile y de la presidencia ejecutiva tienen que ir con mucho tiento para evitar cagarla.

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