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Joaquín Rábago.

El fin del empleo

Los robots -la progresiva automatización de todo tipo de tareas que realizaban hasta hace poco los humanos- van a terminar con el empleo asalariado tal y como lo conocemos hoy, y de poco servirá oponerse a ese proceso con el argumento ilusoriamente manejado por los sindicatos de una vuelta a una situación de pleno empleo.

Tal es la convicción del filósofo francés Bernard Stiegler, uno de los pensadores europeos que, en la estela de André Gorz, investigan nuevos modelos de sociedad capaces de sustituir un día al actual sistema económico, basado en una producción y un consumo irracionales que amenazan con conducir al planeta a una catástrofe ecológica, tal y como nos advierte incluso el papa Bergoglio.

El Estado providencia desarrollado en los años treinta como respuesta a la Gran Depresión parece tocado de muerte al menos en la forma en la que lo conocemos ya que con las privatizaciones y desregularizaciones impulsadas por el capitalismo financiero global desaparecen los mecanismos de solidaridad y las redes de seguridad que lo caracterizaban.

En su lugar vemos prosperar el individualismo más desenfrenado, el consumismo más extremo y el triunfo en todas partes de un accionariado insaciable que sólo piensa en el máximo beneficio inmediato sin que le importen lo más mínimo las desastrosas consecuencias sociales y económicas de su voracidad.

De modo paralelo, el trabajo no es ya para la mayoría una actividad creativa y enriquecedora para el individuo y para la colectividad, y ha degenerado muchos veces en un simple medio de obtener unos ingresos, cada vez más irregulares por culpa del precariado, para seguir consumiendo.

Conforme avanza en todas partes la automatización, el principal desafío al que se enfrentan nuestras sociedades es el desempleo. Y la forma más eficaz de acabar con él consiste, nos dice Stiegler, en suprimir sin más el empleo asalariado, que es una forma degradada del trabajo. Si deja de haber empleo, no podrá haber tampoco paro. Así de sencillo.

El autor de "L`Avenir du travail" (El futuro del trabajo) propone como hipótesis que un día no haya más "asalariados" -y por tanto tampoco "parados"- y explica que habrá entonces que inventar otra forma de "asignación de recursos".

Esta habrá de tener en cuenta, por un lado, "la solvencia del nuevo sistema", basado en la automatización, aunque seguirán existiendo mercados en los que vender lo qaue produzcan los robots y también provisionalmente los últimos reductos del trabajo "asalariado".

Ese nuevo sistema económico será al mismo tiempo "productor de capacitación", es decir, de un nuevo tipo de "valor", más allá de los valores de uso y de cambio tradicionales. .

El nuevo "valor práctico" por el que aboga Stiegler "no se usa, no sufre tampoco desgaste y es irreductible a todo valor de cambio" (a diferencia, por ejemplo, de la fuerza de trabajo): consiste en el "saber" adquirido gracias a la colaboración de todos y a la existencia de un "software" libre.

Hay que repensarlo todo, nos dice el filósofo francés: el derecho al trabajo, la fiscalidad, la formación y la educación, y hay que desarrollar una "economía de transición", buscando en diálogo con los distintos agentes sociales cómo mitigar las consecuencias negativas de la automatización.

Conviene evitar todo tipo de sobresaltos, preservando de momento lo que se pueda de la fiscalidad, del poder de compra, de la circulación monetaria, y protegiendo los empleos existentes, pero sin hacerse demasiadas ilusiones sobre cuánto podrá durar esa protección.

Stiegler propone durante ese período de transición "una renta contributiva para la juventud, que se encuentra en una situación intolerable por la desaparición estructural del empleo".

Y mientras se hacen propuestas y se discute abiertamente, hay que comenzar ya a experimentar, creando para ello territorios donde desarrollar y poner a prueba los nuevos modelos de economía contributiva.

No puede defenderse la automatización sin asumir los problemas sociales que crea y la irracionalidad económica que genera en el estado actual de nuestras economías. La gran apuesta, dice el filósofo, es "pensar y experimentar nuevos modelos (de sociedad) capaces de integrar racionalmente esa nueva realidad".

Stiegler no está en contra de la "renta mínima de existencia" propuesta por algunos economistas, pero no cree que sea suficiente y aboga por "una renta contributiva" que permita a la gente producir lo que llama "externalidades positivas".

Se basarán estas en el "valor práctico" y generarán una "solidaridad funcional" mediante el desarrollo, la circulación y la transmisión de saberes y conocimientos que no podrán en ningún caso ser objeto de apropiación y privatizados como hoy.

La automatización resultará en cualquier caso en ganancias de productividad que no serán redistribuibles en forma de salario porque no se va a dar un salario a un robot, explica el filósofo, así que, en su lugar, habría que dárselo a los individuos que `por su culpa perdieron el empleo.

Pero como en ese futuro utópico del que nos habla Stiegler no habrá empleo ni por tanto tampoco paro, se establecerá para todo el mundo una "renta contributiva" que permita vivir decentemente, a la vez que formarse y desarrollar las propias capacidades.

Del mismo modo en que en el mundo preindustrial, cada trabajador aportaba su saber singular a la corporación, aunque sólo fuese la mejor manera de utilizar una herramienta, explica el francés, en la nueva sociedad cada uno se comprometerá no solo a cultivar sus "valores prácticos "sino también a "transmitirlos a los demás, es decir a socializarlos".

Y el actual "poder de compra" será sustituido por lo que él llama "saber de compra": es decir se seguirá comprando, pero será ésta una actividad mucho más racional e inteligente ya que dejará de estar artificialmente estimulada por la publicidad y el "marketing".

(1) "L'emploi est mort, vive le travail!". Bernard Stiegler, conversaciones con Ariel Kyrou. Ed. Mille et une nuits.

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