Hablar con fundamento y precisión sobre las consecuencias socioeconómicas de la independencia de Cataluña no es fácil. Existen muchas incógnitas e incertidumbre sobre lo que pasaría: ¿Cuál sería la relación de Cataluña con la UE? ¿Qué harían las empresas que están instaladas en Cataluña porque desde allí atienden el mercado peninsular? ¿Cómo responderían los consumidores del resto de España?

Aun así, mi opinión es que, en esencia, el resto de España y Galicia, en particular, perderían tanto a corto como a largo plazo. Y Cataluña lo haría muy probablemente en una fase transitoria de duración indeterminada, para situarse en un resultado incierto en el largo.

Comenzando por los efectos para Galicia y España, los catalanes son contribuyentes netos a la nivelación interterritorial en España. Un reciente informe del Foro Económico de Galicia cifraba la pérdida de recursos públicos para Galicia alrededor de 1.000 millones de euros al año. En segundo lugar, Cataluña lidera y es un buen ejemplo para muchas cosas y aporta riqueza no solo económica al conjunto de España. Por ejemplo, el sistema universitario catalán es el mejor y da pistas a los demás de por dónde se debería ir. Sin duda, el deporte español sería sensiblemente menos competitivo sin los deportistas catalanes. En tercer lugar, Cataluña es un agente clave en el proceso descentralizador español y en la garantía de respeto a la diversidad cultural, de la que Galicia es otro ejemplo, pero más débil desde un punto de vista social y demográfico. Finalmente, la salida de Cataluña podría ser el primer paso para una cadena de fragmentaciones sucesivas (País Vasco, Baleares?) y un incremento, si cabe, en la inestabilidad política interna que no viene nada bien para la recuperación económica.

Por la parte de Cataluña, las ventajas fiscales de la independencia que reflejan su actual balanza fiscal podrían verse más que compensadas por los costes de fuga de empresas, caída del comercio con el resto de España, o la salida de la UE al menos a corto plazo. Aunque en este caso hay estimaciones diversas y, por tanto, la incertidumbre es notable, personalmente me inclino a adoptar una perspectiva pesimista en la que dominan el "efecto desapego" del resto de España o las reticencias de otros países europeos a aceptar la integración de un territorio independizado, porque ello agravaría sus propias tensiones territoriales.

A corto plazo y desde una perspectiva socioeconómica, pienso que la independencia es un mal negocio para todos. Solo a largo plazo y para Cataluña podría tener beneficios. Siempre, claro está, que normalizase su relación económica con el resto de España y la Unión Europea y fuese capaz de redefinir sus políticas públicas y sus instituciones para hacer un país nuevo, más competitivo y eficiente. Algo que, obviamente, no está garantizado. Lo que sabemos de la calidad de gobierno e instituciones de Cataluña en el mapa autonómico no abona desde luego un optimismo desatado en este frente.

En todo caso, mi pronóstico es que las tensiones independentistas van a remitir. Artur Mas se ha equivocado en el tempo y en la estrategia. La recuperación económica resta adeptos a la causa del independentismo. Hace un año las perspectivas electorales de una lista pro independencia hubiesen sido mejores. Ha tardado demasiado. Por lo que respecta a la estrategia, el que Unió se halla quedado fuera debilita significativamente el frente y sus perspectivas electorales. Y el haber cifrado el éxito en la mayoría absoluta de escaños hiere de muerte el proyecto si no se consigue, sin que dé nada en caso de que se haga; porque la otra parte, el gobierno central, no ha aceptado las reglas del juego planteadas por el Presidente de la Generalitat. Frente al independentismo de 2015, en 2016 volveremos a hablar de reforma constitucional (senado, asimetrías?), competencias y financiación autonómica en el marco del Estado de las autonomías.

*Director de GEN (Universidade de Vigo)

@SantiagoLagoP