Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ceferino de Blas.

Una ciudad muy especial

Vigo es una ciudad muy especial. Quizá por eso está siempre bajo sospecha, aunque sea sin causa. Lleva en el escudo, desde hace dos siglos, la leyenda de leal y valerosa, a la que se añadió más tarde la de siempre benéfica.

El peor defecto de sus vecinos, como observaba uno de sus buenos intérpretes, Laureano Cao-Cordido, es ser profundamente individualistas. Tal vez de ello se derive el carácter especial de los vigueses y que, desde fuera, se les malinterprete.

Su particularidad radica en que es la mayor ciudad del Noroeste peninsular y no es capital de provincia, pero triplica a la que lo es. De suyo es la mayor población española de las que no son capitales, por encima de Gijón y Hospitalet de Llobregat, que la siguen.

Esta especificidad genera contrariedades, que comparten las grandes ciudades no administrativas: la principal es que les cuesta encontrar su sitio.

Internamente, los vigueses -les ocurre a los gijoneses-, se ven y sienten históricamente incomprendidos. Son quienes más aportan a la comunidad, y demandan los servicios que competen a esa primacía. Es la deuda histórica, que no por considerarla tópica deja de ser verdadera.

Externamente ven a Vigo como una población incómoda, que pretende ocupar un lugar propio de las capitales de provincia, y se le escatima. Ocurre, por poner ejemplos recientes, en la doble dimensión nacional -ha pasado con los Juzgados-, y autonómica -aeropuerto, área metropolitana...-, en que se le regatea el pan y la sal, porque teóricamente no le corresponda.

Es una constante histórica, que atestiguan estas páginas, que el Estado le niegue lo que pide, y la región, en tiempos con cabeza en La Coruña, se lo discuta. En una ocasión solicitó una banda de música militar y en A Coruña se la negaron.

Cuando Vigo, después de pertrecharse de argumentos, se rebela, porque es sensible a la injusticia, se la apostrofa y tacha de ingratitud por lo que se la ha dado, aunque siempre sea menos de lo que demanda.

Y esta ciudad nunca fue victimista.

Lo que ahora ocurre tiene su origen en los tiempos en que empezó a levantar la cabeza. Desde que fuera la primera que expulsó a las tropas napoleónicas, por lo que mereció el título de ciudad -que le negaban Tui y Pontevedra-, y en los años veinte pidió y consiguió ser capital de la provincia de Vigo, por un bienio.

Perdió esta condición por maleficios políticos. Siempre se ocupó más de desarrollarse que de las menudencias de la cosa pública. (Si reparan, no hay ningún vigués entre los grandes apellidos políticos del pasado lejano y el más reciente).

A final de los años cuarenta del XIX, Vigo, que es el mejor puerto natural de Europa, obtuvo la condición de internacional, y en la isla de San Simón, ser lugar de cuarentena para los buques de América. Esta plataforma de evolución desata las furias coruñesas, que se exteriorizan en la más fuerte polémica habida (1854) en la prensa gallega, entre "El Coruñés" y FARO. "El Coruñés" llegó a pedir que sellaran las fronteras de la provincia para impedir los contagios infecciosos que provenían de Vigo, aunque nunca existieron.

Tenían razón en sus temores: el puerto internacional y el lazareto fueron la catapulta para el crecimiento de Vigo, demográfico, industrial y económico.

La capacidad e inteligencia de los vigueses logró que, en 1904, se integrase el ayuntamiento de Bouzas, y cuarenta años después, el de Lavadores, que convierten a Vigo en la mayor población de Galicia.

Si ya existía una industrialización, basada en la pesca y en los productos marítimos, el nuevo siglo trae el fortalecimiento de los astilleros, y en la posguerra la Zona Franca y Citroën.

Vigo, que tuvo que esperar hasta el año 1927 para tener un Instituto de Bachillerato Superior, verá en los años cincuenta emerger un gran hospital, el Xeral , que se convierte en un símbolo por su estructura, ubicación y altura. El humor local lo apodó "El Pirulí". Respondía a la demanda de servicios de la gran urbe gallega, con un hábitat de hasta medio millón de habitantes.

Hubo un tiempo en que los vigueses, que urgían al Gobierno de turno la construcción de unos nuevos muelles, ante los retrasos que sufría, llegaron a pedir que les dejasen hacerlos, sin necesidad del dinero estatal. Pero que no les pusieran más trabas.

Vigo, al no ser administrativa, está formada por una potente sociedad civil, que a diferencia de las ciudades de funcionarios resulta más difícil de regir, pero cívicamente es más dinámica y emprendedora. Históricamente está acostumbrada a acometer en solitario muchas de sus iniciativas.

Pero como todas las grandes urbes, requiere la colaboración de las instituciones para desarrollarse en los ámbitos que competen a éstas. Y cuando se provisionan los servicios piden que respondan plenamente a las necesidades. A la postre, una parte de las aportaciones que revierte en su ejecución proviene de los propios vigueses.

El que la ciudad discuta determinadas realizaciones, que no satisfacen por las circunstancias que sean, no puede ser objeto de descalificación de sus ciudadanos. Vigo nunca ha sido ingrata, aunque sea exigente en lo que le corresponde. Las protestas y críticas, en lugar de calificarlas como gestos de desagradecimiento, deberían interpretarse como una aportación que sirve para corregir defectos, que a todos beneficiará que se subsanen para que el establecimiento funcione como debe.

Los vigueses quieren ser escuchados y atendidos en aquello que les atañe. No admiten que se les tache de caprichosos y molestos cuando son leales con el resto de Galicia. Siempre lo han sido. Nadie les negará la responsabilidad de pedir la capitalidad para Santiago, y no plantear una batalla política como hizo A Coruña, tras la aprobación de la autonomía.

Pero lo mismo que demuestran solidaridad, demandan un lugar principal en la autonomía, el que corresponde a la mayor ciudad de Galicia, con la que no se debe ser cicateros.

Vigo es una ciudad muy especial, que requiere una atención muy especial. Algunos nunca llegaron a entenderla, como Manuel Fraga - "no entiendo a Vigo", le escuché en más de una ocasión-, pero quienes así piensan deberían hacer un esfuerzo por vencer ese desentendimiento. O escuchar a los que saben. Sin prevenciones.

Compartir el artículo

stats