Los alrededores del histórico edificio de la desaparecida Junta de Obras del Puerto en As Corbaceiras han devenido en un aparcamiento difícilmente imaginable. El cuadro que se ofrece a los ojos como platos de cualquier visitante no tiene otra ubicación más que dentro del género surrealista: los coches se abigarran junto al mar por rampas y paseos, cual peculiar enjambre huido de una ciudad de premio en donde no tienen respiro.

No existe otro lugar semejante en toda Pontevedra tan cargado de especial significación; un punto de encuentro que entronca con su misma esencia. Un barrio histórico donde la Ría se topa con la ciudad que baña, y donde confluyen igualmente sus dos ríos por excelencia: el Lérez y el Gafos. ¿Cómo puede tolerarse semejante aberración como si tal cosa?

Aparentemente la Autoridad Portuaria hizo un buen negocio y, por el contrario, Puertos de Galicia realizó una pésima inversión en el año 2008 cuando la primera se embolsó los tres millones y medio de euros que pagó el segundo por el citado edificio y su entorno.

Si entonces el ente de la Xunta barruntaba algún proyecto para desarrollar allí, la maldita crisis lo convirtió pronto en papel mojado. Ahora está claro que no sabe qué hacer con aquel embolado, más allá de hacer las veces de aparcamiento disuasorio de aquella manera. Y decir que ponen multas a los coches indebidamente aparcados en sus instalaciones portuarias resulta cuando menos una excusa tonta que no exime de tamaña indolencia.

Un mirador sin igual convertido en un parking de cacafú por obra y gracia del papanatismo que nos invade y ciega por todas partes. Benito Soto y los grandes hombres de A Moureira, que tantos fueron, debían levantarse de sus tumbas y tirar al agua cuantos vehículos encontraran a su paso.

El meollo de la cuestión está en saber si la autoridad competente, léase Portos de Galicia como responsable directo, y Ayuntamiento de Pontevedra por omisión del anterior, no tiene ningún uso mejor que ofrecer para tan singular lugar.