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De vuelta y media

La Casa de Socorro

El dispensario gratuito de la Cruz Roja actuó como un auténtico servicio de urgencias para los pontevedreses durante medio siglo

Tanto antes como después de la Guerra Civil, la Casa de Socorro de la Cruz Roja en esta ciudad desarrolló una impagable labor asistencial durante medio siglo largo.

A caballo entre la travesía de Riestra primero y después en la calle Charino esquina con Doña Teresa, aquel centro sanitario benéfico actuó, de facto, como un auténtico servicio de urgencias médicas cuando no había otro. Allí se salvaron algunas vidas, se atendieron no pocas dolencias y se restañaron muchas heridas.

Ni el Hospital Provincial ni los sanatorios privados ofrecían entonces una atención diaria permanente, tanto de día como de noche. De modo que todos los pontevedreses, niños y mayores, ricos y pobres, acudían a este dispensario benéfico cada vez que sufrían un percance imprevisto.

La primera Casa de Socorro que hubo en Pontevedra no perteneció a la Cruz Roja, sino que fue fundada y dirigida por Celestino López de Castro. Este centro asistencial se estableció en el número 6 de la calle Michelena y abrió sus puertas el 1 de julio de 1904 como un servicio de urgencias, pero tuvo una vida efímera.

La Cruz Roja Española celebró el 7 de noviembre de 1909 su acto fundacional en esta ciudad con sus primeros asociados. Ante la negativa cordial pero firme del marqués de Riestra a asumir la presidencia de la institución, se propuso la designación del general Severo Díaz Reynés.

Algún tiempo después entró en funcionamiento la Casa de Socorro en la travesía de Riestra. Frente por frente estaba el viejo caserón de la Audiencia Provincial, y a un costado se encontraba el Garaje Hispano, de alquiler de vehículos. Su teléfono número 77 de la ciudad reflejaba la antigüedad del dispensario. Y como la relación de vecindad era muy buena, allí se recogía cualquier encargo para el garaje con toda normalidad.

Más tarde se instaló Dolores Trabado, la primera taxista que hubo en Pontevedra y una de las pioneras de España, con su imponente Peugeot. Esa ubicación le valió el nombre popular de "Lola, la de la Cruz Roja", como era conocida en la ciudad.

Al frente de la Casa de Socorro se convirtió en toda una institución dentro de la propia institución don Pelayo Rubido, luego secundado por el practicante Manuel Gestal.

Aquel buen médico hizo honor a su nombre. Las diestras manos de don Pelayo cosieron infinidad de brechas infantiles por las pedradas sufridas en sonadas guerras de las pandillas más gamberras. Por ahí andan hoy para atestiguarlo muchos pontevedreses con sus lucidas cicatrices.

La prensa de la época recogió durante muchos años un parte diario de las actividades de la Casa de Socorro, con nombres y apellidos de los accidentados y las heridas sufridas. Aquella fue una información muy demandada, que Faro atendió puntualmente en una ciudad pequeña donde cada cuál quería saberlo todo del vecino de enfrente.

El primer dispensario de la Cruz Roja tuvo una larga vida, hasta que no pudo más. Entonces la asamblea provincial cuya presidenta de honor era Carmen Sanjurjo Lorente, encaró el reto en 1945. No solo abordó una mejora de sus instalaciones asistenciales, sino que anunció como gran objetivo la construcción de un edificio propio para albergar todas sus dependencias.

La benemérita institución efectuó aquel verano un llamamiento muy especial a la colaboración en la Fiesta de la Banderita para incrementar su recaudación. Al fin y al cabo, la popular cuestación era su fuente de financiación más importante, y aquella petición suponía un aldabonazo directo en las conciencias de los pontevedreses.

La mismísima presidenta de la asamblea nacional, duquesa de la Victoria, se sumó a la causa del nuevo edificio y el 14 de septiembre del año siguiente encabezó la mesa petitoria ubicada delante de la Peregrina, acompañada por la marquesa de san Esteban de las Delicias.

La presencia de tan distinguidas damas supuso todo un acicate para las esposas de las autoridades, que estuvieron muy activas en las mesas petitorias. La recaudación global de aquel año 1946 se elevó a 11.211,85 pesetas, que no era una cantidad menor.

Inicialmente todo salió a pedir de boca, porque la asamblea provincial anunció a bombo y platillo en 1947 la adquisición de un solar en la esquina de las calles Alfonso XIII y A Barca (entonces Mateo Sagasta) para erigir su nuevo buque insignia. Muchos parabienes recibió el contraalmirante Félix Bastarreche y Días de Bulnes, quien había sustituido en la presidencia de la Cruz Roja al almirante José Blein Llinás.

En una época de tantas y tantas carencias, el paso del tiempo puso en cuestión aquella ambiciosa iniciativa, cuyo presupuesto ascendía a un millón de pesetas Sus bienintencionados promotores tuvieron que rendirse a la evidencia y aparcaron su propósito en espera de una coyuntura más favorable.

Diez años después la Casa de Socorro de la Cruz Roja pasó a instalarse en los bajos del número 1 de la calle Charino, esquina con Doña Teresa.

Curiosamente allí mismo había funcionado desde principios de los años treinta una policlínica solo para abonados, a cuyo cargo estaban los doctores Marescot, Fontoira, Abeigón, Lis y García Pintos. Y a principios de los años cuarenta se había transformado en la Nueva Policlínica de Urgencia, que atendían García Pintos, cirujano y Fontoira Peón, ginecólogo.

Cerrada aquella histórica policlínica, sus dependencias acogieron tanto los servicios como las oficinas de la Cruz Roja desde el 2 de julio de 1954.

Al anunciar su traslado con indisimulada satisfacción por la mejora lograda, la asamblea provincial reseñaba que "aquí tendrán a su disposición con el amor y la caridad de siempre los servicios facultativos que precisen los desgraciados accidentes que nunca faltan en las faenas de la vida, a cualquier hora del día y de la noche". Este cambio no supuso en modo alguna la renuncia a su anhelado edificio propio, un reto que siguió en pie.

Una inyección económica nada despreciable para la Cruz Roja llegó por medio de una verbena con tómbola incluida, que surgió a principios de los años cincuenta, junto a otras ayudas que la asamblea provincial recibía de las instituciones oficiales, especialmente del Ayuntamiento de Pontevedra.

El anhelado proyecto del edificio en propiedad terminó por volverse totalmente inviable, pese a los últimos esfuerzos que realizó la institución en tiempos de María Luisa Losada de Casas Córdoba, otra presidenta de honor.

Sin embargo, el dispensario de la Cruz Roja todavía permaneció activo en su emplazamiento de referencia frente al Teatro Principal hasta mediados de la década de los años ochenta. De ahí que su recuerdo inolvidable permanezca en la memoria viva de muchos pontevedreses.

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