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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Sobre estados y mafias

El hallazgo de 71 cadáveres en avanzado estado de descomposición en el interior de un camión frigorífico aparcado en el arcén de una autopista austriaca ha conmovido (momentáneamente, claro) a los gobiernos y a la opinión pública de Europa. Los cadáveres podrían ser de refugiados sirios que, huyendo del horror de la guerra en su país, habrían contratado a unos traficantes de seres humanos para que los trasladasen por carretera a través de Turquía, Macedonia, Grecia, Serbia y Hungría hacia un punto de destino final que quizás pudiera ser Alemania. Los conductores de ese camión, de nacionalidad rumana, fueron detenidos pero se ignora cuál es el motivo por el que dejaron el vehículo y a sus pasajeros dentro de la cámara sin darles la oportunidad de salir de ella y expuestos a una muerte horrible por asfixia. Las tarifas de este transporte criminal oscilan desde los 10.000 euros por persona si se parte de Turquía, los 5.000 si se sale de Grecia o a los 1.200 euros si se coge el camión en Serbia.

Un negocio floreciente, el del tráfico de seres humanos, que unos periodistas ingleses cifran en un volumen total de 16.000 millones de euros de beneficio para las mafias en los últimos 15 años. La conmoción por este hallazgo siniestro ha obligado a los países europeos a estudiar la posibilidad de una respuesta común para encauzar, en la medida de lo posible, la creciente avalancha de refugiados y las medidas a tomar para desarticular las organizaciones criminales que se aprovechan de ella para hacer negocio. Una tarea que se aprecia como de urgente necesidad ya que se trata de conciliar un deber de solidaridad humana elemental con la preocupación por el auge de brotes xenófobos, como el que se dio, de forma violenta, hace unos días en Alemania.

El problema es serio y, lo que es peor, difícil de resolver en el corto espacio de tiempo con medidas simplemente policiales. Por otra parte, los gobiernos europeos no pueden olvidar su responsabilidad en la creación de este fenómeno social. Una buena parte de los emigrantes que llegan a Europa cruzando el Mediterráneo hacia Italia o por tierra hacia las naciones ricas del norte son refugiados que huyen de las guerras que destrozan sus países. Unas guerras, por cierto, en las que han intervenido directamente ejércitos europeos (Afganistán, Irak, Libia), o han sido apoyadas con medidas políticas o económicas coercitivas a favor de uno de los bandos (Siria).

En la guerra de Afganistán que comenzó en el año 2001, y aún continúa, murieron más de 100.000 personas, en su mayoría civiles. En la de Irak, que se inició en 2003 y ha degenerado en un conflicto civil un poco más de 1.000.000, según el último recuento de 2007; en la de Siria, iniciada en el año 2011, 200.000 muertos y 3.000.000 millones de refugiados. Y, por último, en la de Libia, iniciada también en 2011, 50.000 muertos y posiblemente un número similar de desaparecidos, lo que no está nada mal tratándose de un país con poco más de tres millones de habitantes. Se habla mucho y de forma muy escandalizada en las tertulias sobre el papel de las mafias en la generación de este problema pero muy poco de la responsabilidad de los estados.

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