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Xabier Fole

El enemigo perfecto

A finales de los años sesenta, dos cadenas de noticias, CBS y NBC, lideraban las audiencias en Estados Unidos, y sus presentadores, Walter Cronkite (CBS) y los periodistas Chet Huntley y David Brinkley (NBC), voces reconocidas y respetadas por el público norteamericano, supuestos adalides de la cordura, poseían una indiscutida credibilidad, condenando a su otra competidora, ABC News, a un -aparentemente inamovible- tercer puesto. En las convenciones del Partido Demócrata y Partido Republicano de 1968, los ejecutivos del derrotado canal, frustrados e impotentes ante la estancada cifra de espectadores, decidieron apostar por otro estilo periodístico en las coberturas de los mencionados acontecimientos. Entonces llamaron a William F. Buckley y a Gore Vidal, relevantes figuras del periodismo y la literatura, para que debatieran en directo sobre los temas tratados en los discursos y analizaran a los líderes de los partidos. William F. Buckley era un influyente periodista de derechas, fundador de la National Review y principal impulsor del llamado movimiento conservador americano. Gore Vidal, novelista y colaborador asiduo de las revistas progresistas The Nation y The New York Review of Books, representaba a la izquierda política. Ambos provenían de familias adineradas, exhibían una portentosa elocuencia en sus intervenciones públicas y pertenecían, desde posiciones ideológicas contrapuestas, a una aristocracia intelectual americana con ciertas resonancias británicas, que se podía identificar con facilidad en sus particulares acentos. Además, se odiaban con palpable intensidad. El ambiente que se respiraba alrededor de los citados actos políticos era, por añadidura, bastante convulso. Robert Kennedy había sido asesinado ese mismo año durante las primarias en California. La guerra de Vietnam, que creó una profunda división en el seno del propio Partido Demócrata, provocó una serie de disturbios en Chicago -ciudad donde se celebraba la convención de esta formación política- que fueron violentamente reprimidos por la policía. El país, en términos sociopolíticos y culturales, estaba dividido. Un documental realizado por Morgan Neville y Robert Gordon, titulado Best of Enemies, nos cuenta lo sucedido (tanto frente a las cámaras como fuera de ellas) durante los diez debates que mantuvieron ambas personalidades, ofreciéndonos una interesante reflexión sobre un momento concreto de la historia política estadounidense que pudo significar el comienzo de una nueva era de los medios de comunicación. Después de que ambos intercambiaran comentarios sarcásticos y maliciosas insinuaciones -de las que subyacían, en la mayor parte de los casos, ataques dirigidos a la persona y no a las ideas expuestas por el comentarista-, Vidal calificó a su oponente como "crypto-Nazi", a lo que Buckley, dejando a un lado sus buenas maneras, respondió llamándole "queer" (cuyo significado, dependiendo del contexto, puede variar, pero en aquel instante su connotación era, sin lugar a dudas, peyorativa), en referencia a la homosexualidad del novelista, y amenazó con agredirle físicamente. Las audiencias, por supuesto, se dispararon. Gore Vidal, aunque tampoco salió muy bien parado del percance, parecía haber conseguido lo que supuestamente pretendía. Hizo que Buckley, quien acostumbraba a mantener la compostura y solía dejar hablar a sus contrincantes políticos, fueran estos quienes fueran (a su programa, Firing Line, acudieron escritores como Allen Ginsberg, Jack Kerouac o Noam Chomsky, y todos ellos hablaron con absoluta libertad), perdiera los papeles. La polémica continuó, con penosos resultados, en la revista Esquire, donde ambos intentaron justificar las desafortunadas afirmaciones realizadas en aquella emisión esgrimiendo, de nuevo, argumentos ad hominem, y finalmente acabó en manos de los abogados. Sin embargo, según la información proporcionada en la obra de Neville y Gordon, tanto uno como otro, al parecer, quedaron afectados personalmente por aquel célebre instante televisivo. Más allá de los demonios interiores y los fantasmas ideológicos de los protagonistas, el documental parece señalar un peligroso punto de partida. Ahí fue cuando comenzó el espectáculo de la información política, saturado de sectarismo y vulgar confrontación, con la trágica paradoja, se podría añadir, que supone el hecho de que fueran dos intelectuales, excepcionalmente formados e indiscutiblemente brillantes, quienes se encargaron de inaugurarlo. Bastó una contraofensiva empresarial a la desesperada para abrir la caja de pandora y descubrir la fórmula mágica: invitar a dos personas con ideas radicalmente opuestas y darles la suficiente libertad como para que lleguen a insultarse. Con más o menos sectarismo, eso es lo que han hecho algunas de las grandes cadenas en los últimos años, aunque recurriendo a personajes de mucha menos categoría. El fenómeno Donald Trump, que está acaparando la atención de los medios de comunicación de todo el mundo, debido a sus constantes ofensas a la población hispana, es una consecuencia de dicha estrategia. Algunos canales se están muriendo de éxito y, en ese complejo proceso de inmolación a base de beneficios, generan monstruos. Monstruos que, a veces, no pueden controlar. Trump lleva demasiados días protagonizando lo que en Estados Unidos se conoce como "24-hour news cycle", un ciclo de noticias incesante que, en una democracia mediática, representa el lugar donde se disputan algunas de las principales batallas políticas (como los debates), las cuales, aunque no necesariamente conduzcan, una vez ganadas, a la victoria final, pueden llegar a despistar en exceso a los votantes. George F. Will, el reputado columnista conservador del periódico Washington Post, publicó hace unos días un artículo, precisamente en la National Review, en el que atacaba el disparatado plan de inmigración del candidato y multimillonario -alegando razones económicas/humanitarias y resaltando su inconstitucionalidad-, acusándolo de crear una "atmosfera tóxica", y concluía su tesis señalando el principal problema del Partido Republicano. Que sin los hispanos, sencillamente, no pueden ganar. Cuando Donald Trump hizo los comentarios sexistas sobre la presentadora de Fox News, Megyn Kelly, y luego se negó a pedir disculpas, Victor Frankenstein guiñaba un ojo en la oscuridad. Cuidado con lo que deseas, debió pensar el presidente de la cadena conservadora, Roger Ailes. En ocasiones, puedes crear al enemigo perfecto y entregárselo en bandeja a tu auténtico rival.

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