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Ilustres

Verano en Ourense, y IV (Valdeorras)

Compón, pues, la tétrica imagen del peregrino (entiende lo de tétrica como un juego imbécil): desterrado de tu patria o en voluntario exilio (esas palabras: destierro, exilio) empieza a caminar sin saber a dónde te diriges porque al final de la jornada te hallarás de nuevo en el punto de partida. No te desanimes por ello. Cuando amanezca, carga con lo que resulta indispensable (ya sabes que en la vida casi todo es superfluo) y echa de nuevo a andar, siguiendo tal vez las huellas que dejaron tus zapatos el día anterior. (No nombraremos a Sísifo). Pasarás por los mismos lugares, reconocerás los caminos y las montañas y a los pastores que cuidaban a las ovejas del hurto y del lobo. Te resultará familiar el rostro del anciano que fumaba en la puerta de una casa y la sombra de la nube en el prado. Pese a esos infundios (trampantojos) sigue adelante con tu proyecto que de nuevo concluirá en el kilómetro cero de tu existencia. Que no te enoje ni te aburra esa vocación de tiovivo, ese perpetuo dar vueltas al eje de la carpa. Continúa caminando hasta que se agote el camino. Suena la musiquilla infernal mientras los chavales compran sus boletos. Observas desde el balcón la tormenta entre los geranios mustios, la albahaca y esa planta permanentemente florida. Observas: la lluvia estrepitosa, los relámpagos, la gente que se ampara bajo los aleros, los coches que circulan con una lentitud desacostumbrada. Escucha los truenos repetidos y la ausencia de aves en un cielo tomado por el color de la pizarra que, de inmediato, te transporta a una infancia remota de tejas oscuras y vides encalmadas. Ahí, una vez, un tiempo muy lejano, fuiste el rey defenestrado de una niñez por la que no sientes nostalgia alguna. El río Sil que bajaba muy despacio, un río gris, mortuorio y siempre esquivo. El pez que sacaba el pescador era un trozo podrido de tu infancia. El gato ronroneaba en la huerta y alguna tarde de hastío cogiste gorriones que agonizaban en trampas insidiosas: en una de ellas permanece el infeliz chiquillo que fuiste entonces. Los regatos de la lluvia ceden hacia las zonas bajas de la ciudad y esperas que un arca navegue hasta los límites del mundo. ¿Qué animal o ser humano merece la salvación del arca toscamente construida tras días de sudor y noches de insomnio? ¿Mereces tú un lugar en ese monstruo? El aguacero asuela tu ciudad maldita pero no aguardes que una simple tormenta arrase el infierno cotidiano. Sería necesaria una epidemia para empezar de nuevo pero ¿qué habría que empezar, qué vana esperanza sustentaría el trabajo de poner los cimientos a otro mundo? El arca discurre con parsimonia: lo adivinas: nadie va dentro. Es un arca vacía como un barco poblado de esqueletos. Verano. Ourense. Cuarenta y nueve grados al sol Ourense. Esperamos el Dante que inmortalice este infierno. Ourense.

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