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Matías Vallés.

Las causas del tráfico de accidentes

La Dirección General de Tráfico ha lanzado los mejores anuncios de su historia. Impecables en crudeza, ritmo, efectos y montaje. "Las gafas más caras del mundo" o "La canción más cara del mundo" igualan en potencia narrativa a las teleseries de calidad. Esta enumeración acabará lógicamente en un pero. La inapelable descripción de los efectos de un accidente se contrapesa con una tramposa asignación de sus causas.

En primer lugar, toda la responsabilidad recae en los ciudadanos. No hay culpa alguna del vehículo, de la carretera ni de la autoridad que mantiene en circulación a conductores deportivos con pulsiones homicidas. Esta primera prevención puede soslayarse por la pretensión admonitoria o amonestadora de los anuncios. Pero, en segundo y más grave lugar, la DGT presupone que sabe calcular los efectos de un acto. Literalmente, "Una pequeña decisión puede desencadenar consecuencias para todos". Contra la misión histórica de la burocracia, el azar no se deja manipular.

Un conductor se despista tanteando sus gafas de sol en la repisa, y desencadena una tragedia. Sin embargo, la lógica del relato no se altera si buscando el objeto se desvía de su trayectoria, y salva así la vida de un niño que cruzaba sin mirar. La conductora cambia la canción del iPod, pisa inconscientemente el acelerador y en el accidente pierde la movilidad de una pierna. O sintoniza el "Good vibrations" de los Beach Boys, su espíritu se eleva, la descarga de adrenalina dispara su concentración y frena con éxito para evitar la colisión con otro coche que se ha saltado un stop.

Los anuncios de la DGT reciclan un diálogo de la extraordinaria "La habitación de Fermat". Un guardia civil le dice al protagonista en el coche: -¿No sabe que el 28 por ciento de los que mueren en carretera van como usted, sin llevar el cinturón de seguridad? -O sea, que el otro 72 por ciento muere con el cinturón puesto.

Lo contrario de un sofisma es otro.

Toda decisión "desencadena consecuencias", como muy bien advierte la DGT, pero no sabemos cuáles. Es fácil concluir que las gafas o canciones son más inofensivas que la multiplicación de misiles autorizados a circular a 120 kilómetros por hora, en manos de seres humanos con la falsa convicción de que dominan el coche con el volante. La disminución impracticable del número de vehículos, y la reducción inasumible de su velocidad, implica la aceptación de tragedias primorosamente fotografiadas por la DGT.

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