Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Atontados por el Tom Tom

El conductor del autocar que días atrás chocó en Francia contra un túnel más bajo que su vehículo ha explicado a las autoridades que él se limitó a seguir las instrucciones del GPS de a bordo. Entre lo que le indicaba el Tom Tom y lo que tenía a la vista, el chófer prefirió darle la razón al artefacto, con los penosos resultados que tal elección tuvo para la integridad de los pasajeros.

El lance nos remite a la famosa observación de Groucho Marx cuando un personaje de "Sopa de ganso" insistía en haberle visto abandonar la sala "con mis propios ojos". "¿Y a quién va a creer usted: a mí o a sus propios ojos?", replicó Groucho con lógica incontestable. Igual que el crédulo tripulante del autobús.

No es la primera vez que la fe en las máquinas ciega, literalmente, a los hombres y en particular a los conductores. El caso más notable lo protagonizó hace un par de años, o por ahí, una ciudadana belga que se puso en manos de su GPS para que la guiara a la estación de tren de Bruselas, situada a 32 kilómetros de su domicilio. Confiada en la infalibilidad del aparato, la conductora acabó en Zagreb, la capital de Croacia, tras recorrer más de 1.500 kilómetros.

Indiferente a la realidad que le mostraban sus ojos, la choferesa ignoró todos los avisos que pudieran contradecir a su ordenador de a bordo. Por más que su viaje se dilatase durante horas y no parase de cruzar fronteras, nada disuadió a la porfiada conductora de seguir el camino que le dictaba el Tom Tom. "No me hice ninguna pregunta. Pisé el acelerador y continué conduciendo", diría después para explicar su inexplicable conducta.

Algo similar parece haberle sucedido al chófer que transportaba a un grupo de estudiantes españoles desde Ámsterdam a Bilbao y acabó tropezando con un túnel en Lille. Como es habitual en estos casos, la policía trató de buscar las causas en el consumo de alcohol o narcóticos, pero los análisis resultaron negativos. La fe ciega en las máquinas sería, en realidad, el único rasgo estupefaciente de este caso.

Por más que los ingenieros de Google hayan puesto ya en circulación un coche que no precisa de conductor, el accidente de Lille sugiere la conveniencia de no darles demasiadas confianzas a las máquinas.

No solo se trata del chófer que siguió impertérrito su ruta a despecho del bajo calibre del túnel; o de la animosa belga que acabó en Croacia cuando pretendía viajar a la mucho más cercana estación de Bruselas. Los papeles traen a menudo noticias de automovilistas que acaban cayendo en un barranco o en un río por atender con excesivo celo las indicaciones del navegador de su vehículo.

Por fortuna, no se ha dado aún el caso de que el ordenador de viaje indujera a algún conductor a estrellar su coche contra el de otro; aunque sí de accidentes en los que se han visto envueltos los coches fantásticos de Google. Los fabricantes de estos automóviles que, en efecto, se mueven por sí solos sin necesidad de chófer, se han apresurado a aclarar que la culpa del choque era del otro vehículo conducido por un imperfecto ser humano. Pero tampoco hay que fiarse.

Aunque las máquinas no hayan llegado aún al extremo de rebelarse como la computadora HAL de "2001, una odisea en el espacio", lo cierto es que un exceso de fe en la tecnología puede hacer que el Tom Tom acabe por atontarnos. Y luego pasa lo que pasa.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

Compartir el artículo

stats