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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

La "wehrmacht" financiera

En el último artículo que dediqué a la crisis de Grecia apuntaba que el gobierno de aquel país se enfrentaba a dos posibles soluciones: un plan de rescate sin quita de la deuda (el muy neoliberal Tratado de Maastricht la prohíbe) o una salida temporal de la zona euro. Ha escogido (o fue forzado a escoger) el primero, pero todavía no se descarta que haya de recurrir al segundo, porque la debilidad estructural del Estado griego no permite esperar una recuperación rápida de su economía y en esas circunstancias todo lo firmado puede convertirse muy pronto en papel mojado.

Y sería milagroso que el nuevo gobierno de Tsipras pudiese, en el plazo de cinco años, resolver carencias antiguas tales como la ausencia de un catastro y de un registro de la propiedad mínimamente fiables, la opacidad fiscal de los más ricos, la escandalosa fuga de capitales, una administración clientelar y fácilmente sobornable, o un sistema de pensiones con agravios comparativos en función de la pertenencia a uno u otro gremio profesional.

Una tarea gigantesca que viene a suponer de hecho la fundación de un estado nuevo y asimilable en su estructura y funcionamiento a otros, ya muy rodados, de la zona euro. Y el hecho de que el compromiso de iniciar esa tarea lo haya asumido un gobierno que ha sido calificado de extrema izquierda, asombra más todavía. Todo el debate sobre la crisis de Grecia estuvo contaminado por el oportunismo ideológico y las simplificaciones demagógicas.

En España, por ejemplo, don Mariano Rajoy equiparó a Podemos con Syriza y a Alexis Tsipras con Pablo Iglesias, e intentó meter miedo al electorado asegurando que de llegar al gobierno los podemitas muy pronto tendríamos aquí un corralito financiero y la ruina total de las instituciones. En Alemania, en cambio, se aprovechó la coyuntura para escarmentar en cabeza ajena sobre los peligros de no seguir al pie de la letra el diktat financiero que impone el Gobierno de Berlín al resto de la zona euro. En ese sentido, me recuerda un compañero de tertulia en el café, el éxito de la campaña contra Grecia fue igual de rápido y fulminante (salvadas las distancias y los contenidos) que los que desplegó la wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces, la voracidad alemana parecía incontenible. En 1935 ocupó la cuenca del Sarre, en 1938 se anexionó Austria y la región de los Sudetes, en 1939, Checoslovaquia, y ese mismo año, el 1 de septiembre, invadió Polonia provocando el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y luego, ya en plena contienda, extendió su dominio a prácticamente toda Europa, bien directamente (Bélgica, Holanda, Francia, Noruega, Yugoslavia y Grecia), bien por medio de países satélites (Italia, Rumanía, Bulgaria, Eslovaquia, Croacia y, ¿porqué no decirlo?, también la España de Franco, que nunca ocultó su simpatía y complicidad estratégica con el régimen nazi). Afortunadamente, las cosas han cambiado bastante.

Los antiguos enemigos son ahora socios y para dirimir las diferencias entre naciones europeas se utilizan el diálogo y la diplomacia en vez de las armas (al menos, de momento). No obstante, para poner de rodillas a un país, hay ahora otros métodos. El caso griego nos lo ha demostrado.

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