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aprendiendo de nuestros errores

El euro exige una Europa federal

El referéndum fue un gran error; solamente ha servido para que quienes se sintieron ofendidos con su convocatoria se hayan vengado, obligando a Tsipras a aceptar unas condiciones mucho peores que las que le habían ofrecido previamente; esas que el pueblo griego rechazó de forma contundente.

El Gobierno de Syriza se encontró una Grecia destrozada por la gestión de sus antecesores de Nueva Democracia y del Pasoc, y por los errores de las políticas impuestas por la troika en los dos programas previos de asistencia financiera. Pero el nuevo Gobierno ha conseguido empeorar todavía más la situación en apenas seis meses, tensando la cuerda de una negociación en las que tenía todas las de perder.

Pero ni el pueblo griego, ni el conjunto de los europeos merecemos lo que está pasando. Al final, en la madrugada del lunes se llegó a un "acuerdo" que, de poder materializarse, aleja el fantasma de la salida de Grecia de la zona euro, al menos en el corto plazo. Eso, en sí mismo, es una noticia muy positiva, porque como mínimo ofrece tiempo para que en algún momento pueda llegar la lucidez a quienes tienen la responsabilidad de consolidar y avanzar en la construcción de una Europa unida: ese gran "invento" que últimamente muchos minusvaloran.

Lo más probable es que el programa acordado no pueda funcionar --como no lo hicieron los anteriores-. La lectura de sus grandes líneas permite prever más recesión, lo que dificultará el cumplimiento de los objetivos fiscales establecidos y obligará, en un bucle perverso, a nuevos recortes de gasto y a más depresión. Los líderes de la UEM y sus instituciones, hacen pagar los errores de los gobiernos griegos, equivocándose a su vez, al imponer salidas inviables, una y otra vez.

No estamos ni ante un problema griego, ni ante un problema económico. Se trata de un problema estrictamente político y europeo.

El ministro alemán de finanzas, Schäuble --cada día más tristemente famoso-- se encargó de filtrar a la prensa que pensaba proponer al Eurogrupo una salida temporal de Grecia de la zona euro. Este hecho podía interpretarse como un órdago, tras el referéndum, y antes de iniciar la negociación de un tercer programa. Pero no, realmente lo propuso y, lo que es peor, sus colegas no le afearon tamaña idiotez y permitieron que una propuesta de esa naturaleza --tan ilegal respecto a los tratados como plantear una quita-- se incluyera en el documento que, al día siguiente, debatieron los jefes de estado y de gobierno de la zona euro. Finalmente, no fue aceptado, aunque parece que Hollande tuvo que enfrentarse seriamente a Merkel. Se ha abierto la caja de los truenos. Schäuble sigue pensando que Grexit es lo mejor --lo tiene claro desde 2009/2010-- y lo ha repetido, en público, después incluso de que su canciller optara por una solución distinta. Hoy el euro es más débil y está expuesto a mayor nivel de posible desestabilización.

Hay quienes explican que este "acuerdo" es la consecuencia de la falta de confianza que se han ganado los gobiernos griegos. Es una explicación, en parte, razonable. Pero la actitud de los acreedores, encabezada claramente por Alemania, está creando un ambiente generalizado de desconfianza. Alemania se merece el respeto y la admiración del conjunto de los europeos, por los logros que ha alcanzado después de haber sido arrasada en la Segunda Guerra Mundial. Pero no debe olvidar las ayudas que ella recibió y estaría muy bien que liderara el proceso de integración europea. Pero tras la crisis financiera internacional, los gobiernos alemanes han estado alimentando a su opinión pública con una visión errónea de los problemas reales y el resultado es un reforzamiento de los nacionalismos populistas, dentro y fuera de Alemania. De ahí que, de forma más o menos justa o injusta, el enorme poder alcanzado por esta gran nación comience a provocar desconfianza y temor.

El llamado problema griego no es más que un ejemplo de lo que está mal hecho. Desde antes del nacimiento del euro hubo grandes economistas que advirtieron sobre la inconsistencia de su sistema institucional. Maastricht ha fracasado reiteradamente. Unas reglas fiscales, ahora reforzadas, que se basan en unos números aparentemente mágicos, como el 3% y el 60% del PIB, que carecen del más mínimo soporte teórico y práctico, no pueden garantizar la solvencia de la deuda soberana, ni la ausencia de riesgo moral. Pero tenemos esas "reglas", que se han mostrado inoperantes, en el altar de la verdad --por cierto, no siempre, porque no se aplicaron cuando Alemania las incumplió en 2003.

No se puede engañar a los ciudadanos, como Syriza ha hecho, tanto en su campaña electoral, como con la convocatoria del referéndum. Cada día hay más europeos que quieren aprovecharse de las ventajas de la unidad, pero que critican las normas comunes cuando entienden que les perjudican, lo que ha hecho crecer a los populismos nacionalistas de uno u otro signo ideológico.

Necesitamos más solidaridad y ella solamente es posible con un mayor nivel de integración europea. La solidaridad ex post practicada a consecuencia de los problemas generados por la crisis en algunos países, no es auténtica y sí muy limitada; en realidad se ha experimentado para evitar daños colaterales en otras naciones. Hoy, cada paso que se pretende dar abre un gran debate sobre quién gana y quién pierde ante cualquier estímulo fiscal, o ante cualquier decisión del BCE.

Estoy convencido de que, en los términos actuales, será muy difícil, por no decir imposible, mantener una unión monetaria a largo plazo. La única salida viable es una Europa federal, que disponga de un presupuesto común suficientemente elevado en términos de PIB, que incluya prestaciones por desempleo comunes, así como un fondo de garantía de depósitos común y único. Todos estos elementos actuarían como estabilizadores automáticos y ofrecerían una solidaridad real a los países miembros.

Pero es obvio que no podemos llegar ahí sin renunciar a más soberanía. Se necesitan leyes comunes que minimicen los riesgos morales y que unifiquen las condiciones institucionales, particularmente en todas aquellas que puedan causar daños en el resto de los países federados.

La solución es impulsar el ideal europeo, rehabilitando y reforzando esa idea frente a los populismos nacionalistas, caminando hacia una Europa federal y solidaria en la que, democráticamente, podamos elegir a nuestros dirigentes.

*Economista

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