Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

La decadencia de la fiesta

Las principales ferias taurinas de España (fundamentalmente las de Valencia, Sevilla y Madrid) son fruta de primavera. Empiezan en marzo con las Fallas, siguen en abril después de la Semana Santa, y corren casi todo mayo y buena parte de junio por San Isidro. Luego, las celebraciones de lo que se conoce como fiesta nacional escapan del calor del verano viajando primero hacia el norte (Pamplona, San Sebastián, Bilbao, Gijón, Pontevedra), y por septiembre, cuando ya no aprieta tanto la canícula, hacia Castilla (León, Burgos, Valladolid, Salamanca etc.). El otoño sorprende a toros y toreros por Cataluña y Zaragoza (Barcelona se ha caído del cartel por decisión política) y las postreras corridas se dan en la Costa del Sol malagueña y en algún caso por Extremadura.

Este año he seguido el desarrollo de las ferias de Valencia, Sevilla y Madrid por las informaciones de los periódicos. Y a decir verdad casi por la ficha inicial donde se resume el comportamiento durante la lidia de toros y de toreros, y el número de asistentes a la plaza. La lectura de las crónicas debí de dejarla con Vicente Zabala, porque ahora ya no hay un escritor taurino de referencia con la altura literaria y los conocimientos de Gregorio Corrochano. O de Antonio Díaz-Cañabate (el autor de Historia de una Taberna), que sabía mezclar el costumbrismo con el relato propiamente dicho de la corrida de turno.

Díaz-Cañabate, en el ABC antiguo, escribió crónicas magníficas y hasta tuvo hallazgos verbales muy afortunados para describir lo que veía, como el de llamar "marmolillos" a los toros que no embestían de puro gordos que estaban, o "pegapases" a los toreros que se excedían en el número de lances sin sentido ni finalidad. Porque la finalidad de la lidia, según los tratados clásicos, es preparar al toro para la suerte suprema de la muerte. Una tarea, ¡oh casualidad !, en la que coinciden en sus objetivos los toreros y los curas.

Digo que no pasé de los resúmenes iniciales en mi interés porque no invitaba a leer una crónica entera el anuncio de que los toros habían resultado "mansos, inválidos y descastados".Y que las faenas de los toreros habían sido premiadas con silencios ominosos cuando no con unas palmas de puro compromiso.

En Madrid solo hubo dos figuras que merecieran la recompensa de una salida a hombros y los toros de la ganadería de Miura, antes terroríficos, dieron pena y fueron abroncados por el público. El inicio de la temporada ha sido deprimente y hasta no recuerdo haber leído ese artículo precioso con el que Manuel Vicent abomina todos los años de la llamada fiesta nacional.

Cuento lo que antecede porque el que firma este artículo pertenece a esa clase de ciudadanos en posesión de una mediana cultura taurina. Mi padre entendía, un poco a la manera de Ortega (el filósofo, no el torero), que había que saber algo de toros para entender el país. Y tuve que estudiar la tauromaquia de Pepe Hillo y la de Paquiro, el Cossío, a Bergamín, a Chaves Nogales, a Walter Johnson, a Hemingway y a varios más. Quizás por ese exceso, ahora no voy a los toros.

Compartir el artículo

stats