Los sistemas electorales tienen una doble finalidad: obtener una representación fiel de la pluralidad de los ciudadanos y garantizar la gobernación de las instituciones. Hablaron los votantes en Galicia y han emitido su mensaje: las mayorías absolutas han pasado a la historia en las grandes ciudades, con la excepción de Vigo, donde el arrollador triunfo de Abel Caballero convierte a la urbe en un referente de estabilidad. El mapa político de Galicia y de España se ha fragmentado.

En las demás grandes ciudades gallegas los pactos o acuerdos resultan obligados. Ya no solo a dos, sino a tres, cuatro o más bandas. En el 10% de los concellos las corporaciones estarán formadas por cinco o más partidos. En Tui serán ocho las fuerzas presentes en el consistorio. En el 60% de las corporaciones habrá tres y cuatro formaciones, y solo en el 30% restante será cuestión de dos. Desgraciadamente, la práctica del pacto y el consenso como fórmula de gobernanza resulta escasa en Galicia y en España. Los políticos van a tener que explorar un territorio casi desconocido, con protagonistas en muchos casos inexpertos.

De un modelo con dos partidos hegemónicos, PP y PSOE, estamos rotando en España a otro de cuatro: los de siempre, dominantes pero declinantes, y los nuevos, Podemos y Ciudadanos, que ya tienen fuerza para condicionarlos. En Galicia, la izquierda emergente está en el ámbito de las "mareas", con los matices correspondientes. Y han irrumpido con gran protagonismo sobre todo en la provincia de A Coruña, hasta el punto de hacerse con la alcaldía de sus tres ciudades más importantes (A Coruña, Santiago y Ferrol). En alguna de ellas incluso como fuerzas más votadas. El seísmo político por la crisis del bipartidismo es cuantificable: 1.137.670 gallegos dependerán de 215 mayorías absolutas frente al 1.593.736, concentrado sobre todo en las urbes y en las cabeceras de comarca, que serán gobernados por coaliciones o ejecutivos en minoría.

Ahora llega la segunda parte, igual de determinante y esencial que el acto de votar: la hora de constituir gobiernos. Elegirlos va a resultar relativamente fácil, pura cuestión aritmética. Lo importante es que puedan y sepan trabajar. Y para eso, más allá de vagos principios y buenas intenciones, es preciso que esos ejecutivos que nazcan del acuerdo determinen el tipo de concellos a los que aspiran, con propuestas sencillas y concretas. Y que las acometan con tino y eficiencia. De ello dependerá buena parte del bienestar de los gallegos los próximos cuatro años.

Algunas de las alineaciones y modelos de gobernabilidad que se están produciendo vienen determinadas por la ideología y la proximidad de las generales más que por las necesidades de los ciudadanos o la coherencia política. En virtud de todo ello, algunos grupos perdedores acabarán aupados al poder y otros ganadores pasarán a la oposición. Así lo han querido los votantes y la ley electoral.

La democracia ha hablado. No cabe una lectura catastrofista de la situación. Al contrario. Procede extraer las enseñanzas pertinentes. Los políticos deben cambiar radicalmente para desterrar viejos y nocivos hábitos, recuperar la confianza de los ciudadanos e impulsar una recuperación que redunde en el bienestar general. Un sistema basado en el entendimiento requiere de concesiones mutuas. Urge hablar sosegadamente y actuar sin maximalismos.

Redoblando el gasto, subiendo los tributos, aumentando los préstamos, dejando sin pagar las deudas, sin empresarios o sin bancos, mal que les pese a algunos, no recobraremos la prosperidad perdida. Incluso retrocederemos. Lo que de verdad importa es resolver los problemas de la gente. Tener la mirada puesta en las generales para preservar hipotéticas expectativas, anteponer la estrategia partidista al interés general, practicar la demagogia y, en definitiva, engañar a los votantes solo puede conducir a que esa nueva política que la gente demanda resulte a la postre más vieja que la de siempre.

"Es necesario generar un clima de confianza aceptando los cambios que reclama la sociedad", advirtió esta misma semana la Asociación Gallega de la Empresa Familiar por boca de su presidente. Su demanda de un clima sereno, de estabilidad jurídica, con un marco político y social seguro y predecible en el cual poder generar progreso y empleo está en sintonía con lo que ha reclamado también la patronal gallega a las fuerzas emergentes.

Cuando los políticos dicen cosas sensatas, atienden al bien común, rinden cuentas y mantienen un comportamiento natural, los ciudadanos los entienden y los respaldan. Las corporaciones gallegas encaran el reto de interpretar acertadamente el dictado de las urnas y dotarse de equipos con una capacidad de gestión amplia, un criterio integrador y primando el bien común.

En una palabra, los gallegos no podemos permitirnos ejecutivos locales inestables, en condiciones precarias, que fracturen la sociedad en vez de gobernar para todos, que es a lo que están obligados quienes asuman el poder. Los próximos gobiernos locales tienen que ser mejor que los anteriores. Es en los contextos complejos donde los dirigentes sólidos resultan más necesarios. De ello dependerá la estabilidad política e institucional necesaria para acabar de salir del pozo. Y por ello serán juzgados.