La izquierda de Cambados cometió tres errores desde el domingo 24: primero, olvidar que el aceite y el agua jamás se mezclan; segundo, creer en cuentos de hadas; y tercero, ilusionar a una gran parte de su electorado con unas expectativas que no estaban bien fundadas. A la izquierda le faltó esos días alguien con el suficiente peso político y mala leche como para proponer a los que ya querían brindar que antes se diesen un baño con agua helada.

Es evidente que tenían que intentarlo con Cambados Pode, pero dieron para muchos una imagen de candidez que solo en parte han logrado lavar con su contundente y rápido portazo a José Ramón Abal Varela, que tiene un concepto de democracia basado en una supuesta superioridad moral de su equipo y de sus votantes que posiblemente esté muy arraigado en Corea del Norte, pero que aquí aún no termina de cuajar.

La pelota está ahora en el tejado del PP y de Luis Aragunde, que tienen básicamente dos posibilidades: o bien logran camelar de alguna forma a Abal Varela, con lo cual se garantizarían cuatro años políticamente plácidos; o bien se animan a gobernar en minoría. La primera opción es, posiblemente, la más apetecible, puesto que le evitaría al alcalde muchos quebraderos de cabeza y tener que restarle tiempo a los vecinos y al trabajo de calle para negociar con la oposición.

Pero, aunque más cómoda, esta posibilidad también puede tener un coste político importante. Cambados Pode, con su ultimátum a la izquierda, ha dejado claras muchas cosas que hasta ahora solo se sospechaban y si Aragunde le entra al trapo se arriesgará a tener siempre a su espalda la sombra de la duda y a que la política cambadesa quede otra vez a la altura del betún, como ya sucedió con la chapuza de la estatua de Fraga.

Así las cosas, lo más deseable para los vecinos parece ser que Luis Aragunde gobierne en minoría. Es lo lógico, porque después de todo su ventaja sobre los demás partidos es muy holgada y, además, por mucho que le pese a la izquierda, a ellos también les falta un concejal para la mayoría absoluta que tanto ansían.

Aragunde debería intentarlo. Otros políticos de O Salnés sacaron adelante sus ayuntamientos en minoría, buscando cada dos por tres el apoyo de sus supuestos contrincantes. Javier Gago y Salomé Peña lo hicieron, y Jorge Domínguez aprobó muchos proyectos suyos con el aplauso de la izquierda municipal. Luis Aragunde presume a menudo de ser un buen gestor económico y ahora tiene la oportunidad de demostrar que es un gran político.

Pero si Luis Aragunde y el PP hacen el esfuerzo de gobernar en minoría y de renunciar a la tranquilidad de un pacto, la izquierda también tendrá que tender un puente al alcalde. No se trata, evidentemente, de aprobárselo todo por decreto ni de dejar de fiscalizar su labor de gobierno, pero sí de actuar con buena fe, de ceder algo (el alcalde también tendría que ceder en cosas, claro) y, sobre todo, de no olvidar que del mismo modo que ellos rechazaron a Abal Varela porque les quería imponer su programa pese a tener menos votos, ellos tampoco pueden pretender imponerle su programa e ideas al PP.

La izquierda, por otra parte, tiene que tener cuidado de no incurrir en un cuarto error. Porque si todos votan a Fátima Abal el sábado, y Cambados Pode hace un "donde dije digo Diego" y le vota también a ella verán cumplido su sueño de gobernar. Pero las peores pesadillas surgieron algunas veces de grandes ideales.