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Ada y Manuela

Manuela Carmena y Ada Colau, candidatas a las alcaldías de Madrid y Barcelona, despiertan empatías "transversales", o sea extendidas a votantes de listas distintas, estén o no en pugna por los mismos cargos. Es un dato constatable y muy valioso en el reino de las polaridades dogmáticas que es España. Personalmente, estimo en primer lugar sus reiteradas expresiones de independencia, sin menoscabo de la proximidad a Podemos, referencia que ellas matizan con finezza dialéctica. Sus grupos de apoyo pueden ser variopintos, pero el éxito electoral parece cohesionarlos en hojas de ruta que participan relativamente de la proclamada por Pablo Iglesias. No es que la de éste me guste o disguste en bloque, pero es bueno que las posibles rectoras de las dos grandes ciudades reivindiquen su propia mirada sobre la realidad y los verdaderos problemas.

La catalana, más emotiva y acaso visceral, ha dado una señal de cordura al distanciarse del mogollón secesionista y rechazarlo como condición excluyente de algunos que podrían facitarle la mayoría de gobierno. Está claro que esa adhesión no estaba en su programa ni puede serle exigida por quienes hicieron de ella la candidata más votada. Su prioridad es la política social que afronte los problemas reales, solapados y preteridos por sus antecesores bajo la bandera "estrellada". La madrileña, más posada y nada efervescente, es la imagen de la sensatez y el pragmatismo derivados de la experiencia. Su encuentro con el presidente de Bankia promete soluciones pactadas al drama de los desahucios y es buen indicio de una personalidad negociadora en la reivindicación de soluciones a los muchos estragos de la desigualdad.

Alguien del PP, tal vez Esperanza Aguirre, se escandalizaba ante la siniestra visión de las dos mayores ciudades del país en manos "comunistas". Ese discurso está agotado y huele mal. Las instituciones gobernadas por ella y algunos de sus afines son un vivero diario de presuntos corruptos, mientras que las políticas sociales de su partido han abierto la más tenebrosa brecha de desigualdad que se recuerda. Las mujeres electas -no cooptadas, como la alcaldesa Botella- que están rompiendo la excluividad masculina en centros estratégicos de poder, como las alcaldías citadas, la presidencia de Andalucía, etc. tienen perfecto derecho a justificar la confianza ganada en las urnas, ejecutando sus programas sin el asedio de una antipropaganda que las juzga desde antes de abrir página. Carmena y Colau, como también Susana Díaz y otras, son parte esencial del cambio necesario. ¿O es que también esa necesidad está siendo cuestionada avant la lettre?

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