Así pues, visto lo que le ocurre, no son pocos ya los que consideran la hipótesis de que el circo del PP sea de esos con tan mal fario que les crecen los enanos. Se dijo ya en alguna ocasión -por cierto que con enfado notable de un par de sus dirigentes-, pero nadie ahí se tomó aún la molestias de averiguar hasta qué punto puede ser así y, si es que sí -como las pruebas apuntan-, cuál es el remedio, en caso de que pudiera existir alguno viable

(En este punto procede matizar, para evitar tensiones innecesarias; se habla del circo del PP no en sentido despectivo, sino como parte de un espectáculo en el que se alternan risas, llantos, equilibrios, doma de fieras y hasta de cuando en vez la aparición en la pista de expertos en el manejo de armas blancas. Y todo ello dirigido a obtener el favor del público, lo que en política se traduce por una cosecha de votos a la hora de las elecciones.

Lo de los enanos es otra metáfora, referida al habitual ejemplo de lo inverosímil o al menos de un hecho que por imposible, se ha convertido en el paradigma de las desgracias, Y en ese sentido basta prestar atención al panorama para comprobar que, además de errores achacables a su actitud colectiva, al PP se le juntan conductas individuales que agravan la percepción, injusta, de que si alguno de los suyos está cerca peligran las carteras.)

El último -por ahora- de los casos es el de la Fundación Camilo José Cela, en el que, aparte de su viuda y tras varios años de instrucción, ahora aparece imputado un histórico dirigente Popular, el exconselleiro de Presidencia. La juez imputa a Dositeo Rodríguez por extraña causa laboral, y aunque no sea todavía un hecho probado, suma -y sigue- a los escándalos con epicentro en ese partido.

Quedó expresada ya, y repetida, la opinión -que no tiene por qué compartirse, claro- de que en este país se ha llegado a la situación en que las acusaciones son dañinas por sí solas, tengan fundamento o no. Y que de algún modo forman parte de una estrategia en la que las denuncias son como un tiro en el que lo que importa no es tanto la bala como el ruido. Y en la que juegan políticos de todos los colores y, seguramente, algunos instructores.

Sea como fuere, la clave de que el circo del PP amenace ruina no está tanto en la actuación judicial cuanto en la absurda manera que ha tenido -y mantiene- de afrontar los escándalos. En lugar de responder con toda contundencia y rapidez, balbucea, duda y aplica distinto rasero a la hora de poner en la calle a todo aquel que sea implicado en algo. Respetando el principio de presunción de inocencia, pero aplicando el de legítima defensa.

¿Eh...?