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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Monjas en la tele

Sin más que meterse en política -y sobre todo, en la tele-, dos monjas han alcanzado la popularidad, que viene a ser en este mundo la espuma de la gloria. La una, Lucía Caram (de Tucumán, Argentina), declara su fe en la independencia de Cataluña; y la otra, Teresa Forcades, se ha ofrecido como candidata para encabezar la lista de Podemos y asimilados a las próximas elecciones. El Vaticano les ha dado un toque, pero en realidad no hay por qué.

Nadie ignora, desde luego, que los clérigos ofrecen mucho morbo en la televisión: medio de propiedades vagamente divinas capaz de competir con los dioses en la creación de la realidad a partir de la nada. O a partir de Belén Esteban.

Lo de las monjas no es siquiera nuevo. Años atrás, un cura que gastaba el nombre artístico -o quizá real- de padre Apeles, revolucionó las pantallas con su presencia en reality-shows del tipo de Crónicas Marcianas, Sálvame, Gran Hermano VIP o La Noria, entre otros muchos. El hombre hacía valer su condición de sacerdote para darle interés a unas opiniones que, de no llevar puesto el clergyman y el alzacuello, apenas llamarían la atención. Después fue cayendo en el olvido, dado que la televisión -ese ojo profano de Dios- quema mucho a quienes se exponen durante más tiempo del recomendable a sus potentes focos.

Al padre Apeles le ha tomado el relevo Sor Lucía Caram, que ejerce de combativa tertuliana en la tele y tiene programa propio en un canal de cocina. Si acaso, ella y Forcades se diferencian de su predecesor en que venden mucha más política, aunque las gentes de colmillo retorcido den en pensar que en realidad se venden a sí mismas.

Lo que le da valor de mercado y de pantalla a estas hermanas en la fe es que una se declara independentista -y enamorada de Artur Mas, caballero soberano-, a la vez que la otra se alinea con la izquierda antisistema de Podemos. Forcades, algo menos televisiva que Caram, se ha especializado en ramos tan diversos como la refutación de las vacunas y la "teología feminista", que viene a ser una paradoja comparable a la nieve negra o al político honrado.

Antes que ellas, e incluso que Apeles, otras monjas habían logrado ya una más extensa fama. Tal fue el caso de la belga Luc-Gabriel, una Sor Sonrisa que encabezó todos los hit-parades con su pegadizo tema "Dominique".

El éxito y otras circunstancias llevaron a esta sor a colgar los hábitos, echarse novia y emprender una carrera artística en solitario, ya sin el aderezo de las tocas de monja. Una vez perdido ese morbo, los discos de la antigua Sor Sonrisa dejaron de venderse a la vez que sufría el acoso de la Hacienda belga, empeñada en reclamarle una enorme suma a cuenta de los ingresos de su disco. La hermana alegó que los beneficios habían ido a parar a su discográfica y a su antiguo convento, pero todo fue en vano. Al final, el asunto acabó en desdichado suicidio.

Lo de las monjas de ahora es distinto, sin duda. Su popularidad, particularmente en el caso de Sor Lucía, se explica por la tele, espectáculo que en la actualidad sustituye al circo mediante la presentación de fenómenos extraordinarios en la pista. A nadie importaría lo que dicen Caram y Forcades si acudiesen al plató desprovistas de su uniforme eclesiástico; pero eso es justamente lo que da su imprescindible dosis de morbo y asombro a la función. El Vaticano que riñe a las monjas no ha entendido nada.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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