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El PP ante su espejo

Un partido vale lo que pesa, y esto se precisa en las contiendas electorales. En las urnas se constata si unas siglas están en sintonía con la sociedad a la que dicen servir; si responden a las demandas, los anhelos, las expectativas de los ciudadanos. Si éstos se sienten representados o no. Tras el escrutinio se sabe si el discurso de una formación ha calado en el corazón y la cabeza de los electores, si les ha convencido, si se ha hecho merecedor de su respaldo. O si, por el contrario, ha perdido la confianza, el feeling de sus vecinos, que escuchan, juzgan y votan... a otro. Las urnas son un excelente termómetro que mide el valor real de unas siglas. Su cotización en la epidermis de la calle. Son el espejo democrático más certero que puede hallar un partido. En ellas se ven reflejados sus virtudes y defectos, sus éxitos y fracasos, sus fortalezas y debilidades. En Vigo ese espejo acaba de proyectar la imagen de un PP sin discurso propio, escasamente creíble, con un endeble liderazgo, con un presente muy complicado y un futuro incierto; necesitado de una revisión profunda de su estrategia, con mermados apoyos y convulsionado en su interior... Un partido al que le urge reconstruirse. Mucho más que chapa y pintura. Debe mirar más hacia abajo y menos hacia arriba. Saber a quién se debe.

La otra opción es autoengañarse, creyendo que el espejo electoral del 24/M está roto, distorsiona la imagen o, peor aún, lo ha manipulado tu adversario político.

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