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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La revolución que viene

No es precisamente la de Lenin, que ya solo reivindican algunos jóvenes de pensamiento fósil en Europa. La revolución que está cambiando el mundo en mayor medida aún que la industrial del siglo XIX la impulsa desde el Silicon Valley de California una partida de ingenieros y matemáticos capaces de combinar, extrañamente, el capitalismo con las ideas libertarias.

Muchos de los inventores de Google, Facebook, Apple o Uber -por citar solo algunos de esos gigantes de la globalización- admiten en efecto su deuda ideológica con la contracultura y otros movimientos libertarios de los años sesenta. Huyen de las regulaciones como de la peste y creen firmemente que las normas del mercado cambiarán por la mera fuerza de los hechos. Como en el viejo chiste, las cosas caen por el impulso de la gravedad, pero aun si esa ley no existiese, caerían por su propio peso.

Su negocio se basa en considerar el mundo como una unidad, más allá de los anacrónicos Estados nacionales y de las fronteras cada vez más ilusorias. Bajo esa premisa, se han lanzado a la conquista del planeta por medios digitales: mucho menos cruentos que los militares de toda la vida.

No ha de ser casualidad que esta revolución provenga de América. Lo que distingue a un imperio no es tanto su poderío militar, económico o lingüístico como la capacidad de innovar y difundir sus hallazgos al resto del mundo. En este sentido, los USA siguen afianzándose como la Roma de nuestro tiempo, por más que China esté a punto de superarlos en el grosero apartado del Producto Interior Bruto.

Prueba de ello es que todos los países quieren crear su propio Silicon Valley y aspiran a ser la California de Europa o de Asia, siquiera sea por ver si se les pega algo.

La fe que los nuevos -y acaudalados- revolucionarios cifran en el progreso tiene mucho de mística. Tanto es así que apenas queda reto que no se hayan planteado las gentes del Valle: desde la prolongación de la vida humana a la realidad "aumentada" o "mejorada"; por no hablar ya del coche que, más automóvil que nunca, circula ya gracias a Google sin necesidad de chófer.

Toda revolución tiene, sin embargo, efectos secundarios: y ni siquiera la de los chips sirve de excepción a esa regla. Por ejemplo, las corporaciones del Valle del Silicio destruyen empleo a mucha mayor velocidad de la que lo crean; aunque eso poco importe, por lo de ahora, al consumidor que se beneficia de un taxi a bajo precio o un hotel de oferta. Los programas informáticos van a seguir sustituyendo la labor de miles de trabajadores, según admite Sebastian Thrun, el ingeniero encargado de desarrollar las fantasías -cada vez más reales- de Google.

A su favor juega el hecho de que ya ocurrió lo mismo con la Revolución Industrial, aunque los telares de aquella época hayan dejado paso a los microprocesadores. También entonces un movimiento de "luditas" se empeñó en poner freno a la nueva economía mediante el sabotaje de las máquinas que iban a dejar a los trabajadores sin empleo. Su lucha tuvo el mismo éxito que la del Quijote frente a los molinos: y probablemente suceda otro tanto con los actuales enemigos de la globalización.

Sorprende, si acaso, que los gurús de esta revolución en marcha caigan en la paradoja de crear enormes monopolios a escala mundial para imponer sus ideas de origen libertario. El que esté libre de contradicciones, que tire la primera piedra.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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