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Juan José Millás.

Lo invisible

Las esquelas, en la mayoría de los periódicos, se colocan de manera ordenada, unas encima de las otras, como cajas de zapatos. Las observa uno así, en perspectiva, y dan ganas de decir: Póngame una del cuarenta. Se me ocurre lo de las esquelas en la zapatería, por alguna misteriosa razón. O no. De niños, empleábamos las cajas de zapatos para enterrar al canario, al hámster, al pollito pintado que nos habían comprado a la puerta del mercado. Sin saberlo, jugábamos al juego fúnebre de los mayores. Le he pedido al dependiente un 40 y me ha traído un 39 porque dice que los pies encogen con la edad.

- No digo que usted no haya calzado nunca un 40, incluso un 41, pero ya verá cómo ahora le viene bien un 39.

Una señora, a nuestro lado, dice que los pies se encogen con los sustos, por eso en los accidentes siempre se ven zapatos por el suelo. Mi vida ha sido un susto permanente, sin embargo el par de zapatos que el vendedor está empeñado en colocarme no me entra. El hombre se aleja resignado a por un 40 y resulta que tampoco me está. Quizá signifique que he rejuvenecido. O que se me ha pasado el miedo. Finalmente adquiero un 41 y abandono el establecimiento con paso ligero, muy optimista frente a lo que puede presagiar este extraño aumento de mis pies. Me dirijo a casa dándole vueltas al destino que le daré a la caja de zapatos. Ya no crío gusanos de seda ni tengo mascotas, como llamamos ahora, genéricamente, a los jilgueros y demás bichos de compañía.

Llego a casa, abro la caja, observo con satisfacción los zapatos (ese par de raros ataúdes) y decido estrenarlos. Pero me vienen grandes. Mis pies danzan dentro de ellos pese a llevar unos calcetines gruesos. ¿Qué me ha pasado desde la zapatería hasta aquí? Nadie me ha dado un susto, pero hay sustos visibles e invisibles. Los míos suelen pertenecer a la segunda categoría. Devuelvo los zapatos a su caja, con intención de cambiarlos mañana, y me pongo a leer el periódico, que se abre, casualmente, por la página de las esquelas, colocadas ordenadamente, unas encima de las otras. La de arriba a la derecha resulta ser de un viejo amigo que tenía los pies grandes. He ahí una manifestación de lo oculto.

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