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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Los ricos también se quejan

Un portero del Real Madrid, algo mejor pagado que el de una discoteca por parar balones en vez de clientes con calcetines blancos, acaba de mandar a tomar por ahí al público que le paga su sueldo. Este mismo arquero es uno de los futbolistas que el otro día se reunieron en asamblea para respaldar la huelga de los pobres asalariados del balompié frente al acoso de Hacienda. Es duro ser millonario en España.

Los exabruptos que al parecer masculló Iker Casillas respondían a los pitos de una parte del público, contrariado por el desempeño profesional del portero bajo los palos. La gente de la grada es, junto a la que ve los partidos por la tele, la encargada de sufragar los sueldos a menudo astronómicos de los futbolistas; pero se conoce que el fútbol constituye un negocio aparte. A diferencia del comercio normal, donde rige la máxima de que el cliente siempre tiene razón, el oficio del balompié permite amplias licencias a sus trabajadores. La de largar improperios al público que paga su entrada, por ejemplo.

No se trata tan solo de que los jugadores de Primera cobren por convenio un mínimo de 129.000 euros anuales que multiplica por catorce -como el número de apuestas de la quiniela- el salario básico interprofesional de los españoles del común.

En general, los futbolistas perciben bastante más que esa cantidad de referencia, si hemos de guiarnos por el presupuesto que cada club destina a pagar su plantilla. Por no hablar ya, naturalmente, de los astros de la pelota como Messi, Ronaldo o Neymar, que ingresan entre 29 y 41 millones de euros cada año por divertir con su toque de balón a los asalariados de la grada. A Iker Casillas, últimamente tan maltratado por una parte de su hinchada, se le atribuye un sueldo neto de siete millones y medio de euros; y unos ingresos anuales de cerca de 18 millones.

Ninguna razón hay para sorprenderse y menos aún para escandalizarse si se tiene en cuenta que tales retribuciones, por exageradas que puedan parecer, responden a la ley de la oferta y la demanda. Estas demasías del fútbol, tan pródigo en millones y deudas que a veces acaba por pagar el contribuyente, las resume muy bien un famoso chiste a propósito del museo Guggenheim de Bilbao. Uno de los protagonistas del chascarrillo le comenta con asombro al otro: "Oye, ¿sabías que el Guggenheim ha costado 15.000 millones de pesetas?". A lo que su interlocutor, hincha distraído del Athletic, replica: "Bueno, pero si mete goles?"

Efectivamente, el Guggenheim propiamente dicho ha generado ya desde su inauguración más de 3.000 millones de euros, cifra que multiplica casi cuarenta veces los costes de construcción y puesta en marcha del museo. No es seguro que los futbolistas de precio multimillonario generen retornos de inversión similares, pero eso es lo de menos. La hinchada ya se dará por satisfecha del gasto si Messi o Cristiano meten goles, como en el chiste.

Cuestión distinta es que los millonarios del balón vayan a la huelga como si fuesen trabajadores del metal o, peor aún, que un portero se revuelva contra las exigencias intolerables del público que abona su sueldo. Habrá quien considere que también los futbolistas tienen su corazoncito y quien, por el contrario, encuentre poco aceptable la actitud del trabajador frente a su clientela. El Gobierno va a tener que legislar sobre el derecho de los millonarios a quejarse.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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