Los discursos van por un lado y la realidad del campo gallego, por otro diferente. La creación de una sociedad próspera, competitiva e integradora, que no excluya a nadie y aumente la productividad de la economía, depende de la capacidad de las administraciones para garantizar a los individuos la oportunidad de labrarse un futuro en condiciones de igualdad. Pues bien, eso no ocurre hoy en el mundo rural gallego. En muchos casos, una rígida y proteccionista filosofía equivocada acaba por perjudicar a quienes en teoría pretende beneficiar: las pocas personas que quedan en el medio agrario o las que intentan regresar a él para ganarse el sustento. Proyectos viables naufragan por ausencia de apoyo y formación. Por fortuna, aún existen campesinos ejemplares dispuestos a levantarse para intentarlo de nuevo.

Casi la mitad de los gallegos se concentra en solo el 1,2% de la superficie regional. Las ciudades, en especial las situadas en el Eje Atlántico, han venido acaparando población al mismo ritmo que la franja del interior se vaciaba. A pesar de esta tendencia, los geógrafos sostienen que no caben distinguir dos Galicia, una urbana y otra agraria, a espaldas una de la otra, sino concebir la comunidad. Y que hay que volver a pensarla como un conjunto inseparable en el que una parte carece de sentido sin la otra. Desgraciadamente, una cada vez más extensa zona de nuestro territorio está quedando desierta. Es el territorio, además, llamado a constituirse en la base para nutrir al conjunto de productos primarios de alta calidad.

El despoblamiento del medio rural gallego, su envejecimiento galopante y la pérdida de las ocupaciones tradicionales que durante siglos modelaron la Galicia interior representan un drama para esta comunidad. Sin reemplazo generacional, el campo se muere.

Todos somos responsables de esa pérdida de identidad de Galicia que sobreviene a causa de una doble quiebra: que cada vez menos gallegos están dispuestos a trabajar el campo, a manejar el ganado, a cultivar huertos ecológicos, a elaborar queso al modo artesanal o a reinventarse en la aldea, y que los que lo intentan hallan multitud de obstáculos para guiar a buen puerto sus iniciativas.

Un castigo también doble porque condena al paisaje y al paisanaje. Si las vacas dejan de salir a pastar a nuestros montes, el matorral, que avanza a velocidad de vértigo, acabará por engullirlo todo. Y si los pobladores carecen de alternativas económicas y de servicios adecuados, o hallan sólo dificultades en el desempeño de las que intentan emprender, acabarán por abandonar los pueblos sin perspectiva de retorno. Como coinciden en diagnosticar los expertos, el declive demográfico y económico de buena parte del territorio gallego no ha hecho más que agravarse en estos últimos veinte años. Nada tiene que ver la evolución y dinamismo de la Galicia costera con la de tierra adentro.

La situación es crítica, sí, pero en el agro quedan robinsones. El pasado fin de semana, FARO mostró en su reportaje central del "Estela" a algunos de esos valientes que han decido sostener y poner a producir, luchando contra gigantes, las fincas, los labrantíos, los montes y hasta pueblos enteros.

Hay hortelanos y ganaderos, artesanos y hosteleros dispuestos a trabajar duro, con muchas dificultades de partida en un ecosistema agreste, que se estrellan encima contra un modelo de Administraciones, en ocasiones hostil para muchos de ellos, incapaz de ofrecer alternativas. Desatenciones, normas absurdas e intervencionismo les impiden levantar un patrimonio con el fruto de su esfuerzo y les colocan en desventaja frente a los gallegos de urbe.

Los políticos, salvo excepciones, ven el campo como una reserva, un objeto, nunca como un espacio de vitalidad lleno de posibilidades, un sujeto, y lo empujan hacia un círculo vicioso: como quedan menos vecinos suprimen servicios y los vecinos que quedan emigran porque suprimen servicios. Un triste lamento común de quienes sufren la situación en sus propias carnes. Por eso reclaman una política que recupere la autoestima de la gente que viven en el campo. Que se de a conocer a los más jóvenes su medio rural más cercano para que aprendan a valorarlo debiera ser también tarea urgente.

La actividad aporta salud al monte. El medio rural tiene futuro, por ejemplo, produciendo alimentos singulares y ecológicos, de gran valor añadido. Buena parte de ese futuro pasa por conectar con el medio urbano que lo complementa, y convertirse en su proveedor. Sacarlo de la uvi corresponde a la sociedad entera, no sólo a sus moradores, y mucho menos a los "artistas" que gestionan los espacios protegidos en muchos casos de espaldas al paisano, primando la naturaleza sobre el hombre y la cultura ancestral.

El Gobierno central lanza una campaña de apoyo a la mujer campesina. El gallego impulsa las suyas con un abanico de medidas para modernizar el mundo rural. ¿Serán muy distintas, unas y otras, de los planes de desarrollo rural que se han venido repitiendo en todos estos años?

Lamentablemente las cosas siguen más o menos como siempre. A los hechos nos remitimos. Uno de los principales hándicaps del rural gallego es la falta de ordenación del territorio. El campo necesita una reforma agraria en profundidad. No puede haber tanta tierra improductiva. Alemania o Francia la acometieron hace siglos. Por desgracia aquí ni está ni se la espera.

El mal está identificado desde el principio, pero nunca se pasa de la teoría a la práctica. A este ritmo el sector agrario va camino de dejar de latir. Es inadmisible el actual abandono de un enorme porcentaje del territorio gallego, que arruina el paisaje y alimenta el fuego en el verano. E incomprensible que Galicia no tenga la gran central lechera de España, por ejemplo. ¿Y qué decir de las dificultades que encuentra esa gran cooperativa agroalimentaria que sostiene por sí sola a media provincia de Ourense y, además, es todo un emblema de la comunidad?

Se ha dicho muchas veces que si Galicia fracasa definitivamente en el campo no solo perderá una fortaleza, sino también una parte esencial de la seña de personalidad que forjó su carácter. Y así es, en efecto. Pero se trata de una aseveración tan cierta como incoherente cuando de donde sale es de la boca de muchos de nuestros políticos, incapaces de contener la hemorragia de esa Galicia interior. Resulta indispensable asumir de una vez por todas las consecuencias de que si no cuidamos el rural es difícil, por no decir imposible, que Galicia en su conjunto funcione.