La acción sustancial de Don Quijote está integrada por la narración de tres viajes -que reciben el nombre de salidas- por la Mancha, Aragón y Cataluña acometidos por el protagonista y héroe del relato. Es, por lo tanto, una novela itinerante, en la que el hidalgo no suele permanecer mucho tiempo en el mismo lugar, al modo de los libros de caballería y de la novela picaresca. No hay un argumento, sino la sucesión de episodios independientes organizados con habilidad en torno al personaje. Tres veces Don Quijote sale de su aldea y las tres regresa a ella. En sus viajes no determina lugar de destino ni objetivos, va a la búsqueda de aventuras y lances que surjan por fortuna. Cada una de estas tres salidas es distinta en su organización, características, itinerario y duración -tres días la primera, dos meses la segunda y cuatro meses la tercera-. Las dos primeras son relatadas en la primera parte de Don Quijote y la tercera en la segunda.

La exégesis de estas tres salidas tiene gran interés pero se nos escapa de los fines de este suelto, por lo que, para un mejor conocimiento y comprensión, les remito a una obra inexcusable del eminente filólogo y medievalista Martín de Riquer i Morera (Para leer a Cervantes. Barcelona: Acantilado; 2003)

¿La evolución de la locura o dos formas de locura?. Con la sabiduría y la sagacidad que le caracterizan, Riquer nos advierte que en la locura de don Quijote se produce una evolución que le lleva a situaciones contrarias en sentido estricto. En la primera parte el hidalgo manchego, ante la realidad vulgar y corriente, ante lo normal y anodino e incluso ante lo vil y bajo, se imagina un mundo ideal y caballeresco, sublimado por sus valores de belleza y heroísmo. Y lo hace con tal convencimiento que cuando los que le rodean, Sancho en primer lugar, quieren desengañarle de su error y hacerle ver que los gigantes no son sino molinos de viento, los ejércitos rebaños, los castillos ventas o el rico yelmo una bacía de barbero, don Quijote lo niega. Es más, ante la discrepancia, los acusa de ser los malignos encantadores, los envidiosos de su gloria y los obstinados en dañarle, al transformar lo noble y elevado en vulgar y bajo. Sin embargo, en la segunda parte, en la tercera salida de don Quijote, los papeles se invierten. Ahora son los que le rodean los que pretenden mudar la realidad y engañar al hidalgo, al cual ahora no le traicionan los sentidos. Por eso, cuando Sancho le enfrenta con tres feas aldeanas y le quiere hacer ver tres encumbradas damas, el héroe le dice que son tres zafias labradoras. Al insistirle Sancho que avanzan por el camino Dulcinea y sus doncellas, El Quijote mantiene: "Yo no veo sino a tres labradoras sobre tres borricos".

Martín Riquer (Barcelona, 1914-2013)

Lo que Riquer entiende como una evolución progresiva de la locura, es para el que les escribe, la descripción de dos formas distintas de locura, difíciles si no imposibles de encajar en el mismo proceso patológico. Si esta hipótesis se acepta, daría al traste con muchas interpretaciones biopatológicas en torno al tema de la locura de don Quijote. En cualquier caso y desde hace más de dos siglos, médicos de distintas especialidades, sobre todo psiquiatras y ahora también neurólogos, han discutido el tipo de locura que padeció don Quijote. El primero conocido fue el médico francés Philippe Pinel (1745-1826) -Traité medico-philosophique sur l´alienation mental ou la manie. París: Caille et Ravier; 1801-, que definió al hidalgo como "un ejemplo admirable de monomaníaco". El primer autor español que aventuró un diagnóstico del hidalgo manchego fue Antonio Hernández Morejón (1773-1836) -Bellezas de medicina práctica en el Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel Cervantes Saavedra, Madrid: Oficina de don Tomás Jordán; 1836- que, de acuerdo con la ciencia psicológica de su época, vio en el personaje una alteración colérica y melancólica de la personalidad. Después vendría una sucesión interminable de trabajos originales, de mayor o menor fortuna, o simples "refritos", que pla+ntean diagnósticos cada vez más precisos y definidores, unos muy estimables, pero otros tan estrambóticos que no son propios de revistas científicas, ni tan siquiera de divulgación, sino ajustadas publicaciones sensacionalistas o chascarrillos. Y es que, tal y como mantiene el filósofo y médico español Diego Gracia Guillén (Madrid, 1941) -Variaciones en torno al tema de la locura de Don Quijote. Madrid: Real Academia Nacional de Medicina; 2005-, aunque Cervantes fuese un excelente nosógrafo y no pueda negarse la licitud de tomar a don Quijote como personaje real y encajarle en una categoría diagnóstica, no se puede reducir la obra a una visión médica y describir la vida de un loco, tal como lo entiende la psiquiatría, pues su significado va mucho más allá. Lo que sí parece cierto es que, a pesar de que Cervantes no tuviese conocimientos médicos especializados, pudo tomar el modelo de un personaje real de su entorno, así como que fue un observador perspicaz de la normalidad y la enfermedad humana de su época.

¿Era don Quijote en realidad un loco?. En 1614 aparece impreso en Tarragona el Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, escrito por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda -nombre que hoy se cree pseudónimo-. Su publicación encoleriza a Cervantes, mas el enfado no lo es tanto porque Avellaneda se apropiase de su personaje -en esa época era frecuente que los escritores aprovechasen la fama de ciertos autores o de sus libros- sino, según la interpretación de Gracia Guillén de que Avellaneda maltratara a don Quijote, convirtiéndole en un simple loco de atar, en un loco patológico. Basta con leer el inicio del también llamado Quijote apócrifo: "Después de haber sido llevado don Quijote por el Cura y el Barbero y la hermosa Dorotea a su lugar en una jaula, con Sancho Panza, su escudero, fue metido en un aposento con una gruesa y pesada cadena al pie, adonde, no con pequeño regalo de pistos y cosas conservativas y substanciales, le volvieron poco a poco a su natural juicio". Cervantes se enfurece, no porque le hayan robado su personaje, sino porque se lo han transformado en un loco de atar. Gracia entiende que el Don Quijote de Cervantes es un libro irónico en que el hidalgo es un "loco entreverado", es decir, un tanto irresponsable, estado que le permite decir verdades como puños. Para más colmo, en el último capítulo del Quijote de Avellaneda, el buen caballero es llevado a Toledo a la casa del Nuncio, es decir, al manicomio, del cual sale curado tras largo tiempo pero convertido en un miserable pordiosero, sin rumbo, que llega a recibir limosna del propio Sancho. El filósofo nos recuerda que el hidalgo ya cumplía desde siempre con los preceptos del deber y que cuando se lanza a la aventura lo hace por lo que el filósofo y ensayista José Ortega y Gasset (1883-1955) denominó el "tener que ser", la vocación, o el destino, aunque parezca locura. Lo define muy bien el mismo don Quijote cuando afirma: "cada uno es artífice de su ventura". Su locura es simplemente la confusión del mundo real con el mundo ideal, lleno de paz, amor, libertad y justicia. Es lo que el filósofo alemán Max Carl Weber (1864-1920) llamó "ética de la convicción", propia de los libros de caballería. Es más, cuando alcanza al final la cordura total, no renuncia a sus ideales. Por el contrario se reafirma en ellos, si bien acepta ha de realizaros de forma sensata y responsable. Gracia lo expresa de este modo: "Es la necesidad de articular, en esa como en cualquier vida humana, sus dos componentes fundamentales, realidad e idealidad,discreción y locura". Tampoco deberíamos olvidar que don Quijote recibió el calificativo de "ingenioso", no el de "loco".

Las causas de la locura. El origen de la locura del hidalgo es atribuido por Cervantes, al inicio de su novela, a la compulsiva lectura de libros de caballería, de noche y de día "y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera, que vino a perder el juicio". Tal hipótesis resulta inverosímil y responde a la creencia todavía vigente, propia de la antropología griega, de la "sequedad" como génesis de la locura. Lo expresa muy bien el mismo don Quijote en respuesta a Sancho, cuando le dice que no tiene causa para volverse loco y le responde: "esa es la finura de mi negocio; que al volverse loco un caballero andante con causa ni grado ni gracias: el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si seco hago esto, ¿qué no hiciera en mojado?"

Las posibles causas del estado del hidalgo serán analizadas en futuros artículos, después de darles a mis lectores un merecido descanso sobre este tema. Por hoy concluimos, con la promesa de realizar una revisión de la psicopatología de don Quijote, según distintos autores y, asimismo, desde el enfoque de la nosología actual. Tampoco, como clínico que soy, dejaré de hacer un examen del aspecto físico del personaje, a través de la descripción admirable del autor, que nos permitirá conocer mejor la figura de nuestro protagonista.