Opinión | inventario de perplejidades

JOSÉ MANUEL PONTE

En el campo del Relámpago

El martes pasado -"Ni te cases ni te embarques", recomienda el refranero- acudo por invitación a un foro gastronómico que se celebra en la ciudad donde resido. El edificio que lo acoge está situado en una de esas zonas de expansión urbana que no es ni residencial, ni industrial, ni suburbial, ni rural aunque quedan restos de lo que fueron unos campos de cultivo agrícola.

En tiempos, cuando la ciudad no había rebasado en su crecimiento los terrenos donde se desarrolló la batalla entre el ejército napoleónico y el galaico-británico que comandaba el general Sir John Moore, hubo allí una granja agropecuaria estatal y el campo de fútbol de un equipo que se llamaba -y creo que todavía se llama- Relámpago, porque quizás pensaron sus fundadores que con ese nombre la escuadra iba a desarrollar un juego eléctrico y fulgurante. En cierta manera, al estilo del que hacía aquella delantera legendaria del Real Oviedo de posguerra con Goyín, Echeverria, Herrerita, Emilín y Antón, el futbolista que jugaba tapándose la calva con una boina negra como era costumbre en el general Montgomery cuando se enfrentó a los tanques de Rommel en el norte de África.

Dicen los que entienden de estas cosas, que en los terrenos donde se dieron feroces combates, o se cometieron graves injusticias, quedan para siempre unas vibraciones de energía que hacen imposible cualquier desarrollo urbano pacífico mientras la memoria de los que allí sufrieron no sea reparada a entera satisfacción de las víctimas. Y debe de ser verdad porque aunque allí han desaparecido la granja agropecuaria y el campo de fútbol del Relámpago, la paz no llega a estos campos y continúan desarrollándose allí una serie interminable de pleitos, al entender los antiguos propietarios que fueron engañados por un veterano alcalde y por un constructor amigo suyo al expropiarlos para una finalidad de supuesto interés público aunque luego se descubrió que era para un negocio privado.

Las sentencias judiciales han ido dando la razón a los antiguos propietarios y, a expensas de concretar algunas valoraciones, el Ayuntamiento estima que la juerga litigiosa le supondrá el pago de casi veinte millones de euros a repartir vía impuestos entre la ciudadanía. Una injusticia que debería corregir la corporación municipal que salga de las elecciones exigiendo responsabilidades al antiguo alcalde y a su socio y amigo.

De tomaduras de pelo y de enriquecimientos injustos ya hemos rebasado el cupo de lo tolerable. Voy hablando de todas estas cosas con un amigo mientras caminamos hacia la entrada del foro gastronómico. Hace unos años asistí a un evento similar en Vigo y la animación era muy parecida, con cantidad de puestos y una abundancia extraordinaria de vinos, aceites, quesos, tarros de miel, jamones, embutidos y demostraciones de cocina a la vista. El abigarramiento visual de las ferias produce en los visitantes una sensación muy especial que va de la estimulante agitación primera a las ganas de huir de allí al galope a poco que la oferta de productos se haga mareante. Por lo demás, me pareció que la confusión aparente estaba bastante bien organizada y que todos los asistentes fuimos agasajados con largueza y amabilidad. Lógicamente, resultó imposible probar de todo lo que nos ofrecieron pero lo que degustamos estaba muy bueno.

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