Opinión | inventario de perplejidades
JOSÉ MANUEL PONTE
Una película de Indiana Jones
Todos habremos visto, en televisiones y periódicos, las horribles imágenes de la destrucción a mazazos de estatuas y bajorrelieves antiquísimos en el museo de la ciudad iraquí de Mosul, ocupada por fuerzas del llamado Estado Islámico. Una organización, nos explicaron, que pretende erradicar de la faz de la tierra todas las obras de arte que no tengan nada que ver con su peculiar concepción del islam. La destrucción deliberada de obras de arte, por métodos bárbaros, provoca siempre un sentimiento de horror, pena e impotencia.
¿Qué daño pueden hacer las obras de unos hombres que hace cientos o miles de años quisieron transmitir a generaciones venideras su idea de lo que era en aquel tiempo la belleza, la moda, el poder o la justicia? Creímos, de buena fe, lo que nos contaban, pero pronto empezaron a surgir dudas sobre la veracidad de lo que habíamos visto. Primero fue la economista italiana Loretta Napoleoni, una reconocida especialista internacional en financiación de organizaciones terroristas, la que avanzó la posibilidad de que las estatuas destrozadas pudieran haber sido unas réplicas sin mayor valor. A la señora Napoleoni, que acaba de publicar en España un libro (El Fénix Islamista) sobre la organización e intenciones del llamado Estado Islámico, le pareció sospechoso que los satélites militares, aptos para leer la matrícula de un automóvil desde el espacio lejano, no hubieran sido capaces de certificar la veracidad de las imágenes de supuesta destrucción que nos habían servido las televisiones. Y más sospechoso todavía que quizás esas imágenes pudieran haber sido filmadas por los autores de la supuesta barbarie con el deliberado propósito de asustar a la biempensante audiencia universal. Pero después de la señora Napoleoni, entró en acción, para estudiar el caso, un ejército de arqueólogos y de expertos en la localización de objetos de arte robados, amén de agentes de la Interpol y especialistas de la Unesco.
La conclusión de toda esa gente, según puedo leer en un importante periódico español, es que "los destrozos filmados y difundidos por internet no son más que una pantalla, ya que las antigüedades constituyen una forma muy lucrativa de financiación". En otras palabras, que el Estado Islámico, después de asustarnos con una película sobre su engañoso bárbaro comportamiento, lo que pretende es colocar en el mercado occidental del coleccionismo artístico una serie de piezas de enorme valor para financiar con ellas la compra de armamento. Un armamento que, muy probablemente, le acabarán sirviendo intermediarios también occidentales. En resumen, una patraña más de las muchas que nos van contando por capítulos, como en las series de Indiana Jones. Por supuesto, tampoco quiere decir eso que la destrucción bárbara de objetos de arte y productos de la cultura no sea una desgraciada constante del comportamiento humano.
En su estupendo libro Historia universal de la destrucción de libros. De las tablillas sumerias a la guerra de Irak, el prestigioso intelectual venezolano Fernando Báez hace un detallado recorrido de todos los atentados cometidos contra esos frutos del saber humano. Y dedica el último capítulo a la destrucción por el ejército norteamericano de la Biblioteca Nacional y del Museo Arqueológico de Bagdad, un horror del que fue testigo 70 años después de que los nazis hubieran perpetrado su famosa quema de libros.
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