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De vuelta y media

El Estadio de la Juventud

Su construcción se hizo interminable por falta de fondos y eso originó el uso parcial de cada campo o pista terminada sin esperar a una inauguración oficial que nunca llegó

A principios de los años 40 Pontevedra arrastraba un déficit muy importante en infraestructuras deportivas. Esa carencia se acentuaba más a medida que crecía el número de practicantes de todas las especialidades, cuando el fútbol no era el rey ni mucho menos. El Frente de Juventudes estaba omnipresente y actuaba como motor principal de esas sanas actividades.

Pasarón era el único campo que había para practicar cualquier deporte. Pero su estado dejaba mucho que desear y el terreno pertenecía a la familia Paz Andrade. Por tanto no tenía carácter público por más que estaba abierto al uso colectivo por consentimiento tácito.

El Frente de Juventudes, a través de su delegación provincial, asumió como propia esa necesidad tan evidente y en 1942 elaboró un proyecto de campo de deportes. A partir de entonces comenzó un largo periplo que tardó dos décadas en convertirse en realidad.

Todavía entre el campo de Pasarón y el Estadio de la Juventud, surgió a finales de aquella década el Pazo de Campolongo como alternativa para andar por casa. Con un exiguo presupuesto la antigua propiedad de los marqueses de Leis se acondicionó cuanto se pudo y allí se forjaron muchos atletas y deportistas al uso espartano.

A la falta de dinero para construir un campo de deportes en condiciones, capaz de acoger las especialidades más diversas, se sumó el problema de identificar su ubicación más adecuada. Pontevedra carecía de un plan de ordenación que contemplase sus posibilidades de crecimiento urbanístico.

Aunque la marisma de La Seca (como se llamó siempre) apareció como primera opción, también se contempló la opción de Cocheras en la carretera de Marín, que tuvo sus partidarios acérrimos. Pero enseguida se impuso la primera elección mediante un acuerdo a tres bandas entre Ayuntamiento, Diputación y Frente de Juventudes.

La desecación y el saneamiento de la marisma de La Seca tuvieron su historia y generaron más de un serio problema. Según los cálculos iniciales el relleno debía superar los dos metros de profundidad, pero luego se comprobó con espanto que resultaba insuficiente, hasta el punto de que el revestimiento acometido llegó a ceder hasta cincuenta centímetros en alguna zona teóricamente nivelada.

Esa situación provocó más de un dolor de cabeza a Manuel Corrochano Gálvez, delegado provincial del Frente de Juventudes, que se encargó de supervisar la puesta en marcha del proyecto. Solo el retraso tan grande que acumuló la obra evitó algún que otro disgusto serio por aquellos hundimientos del suelo.

Todavía sin terminar su saneamiento, la delegación nacional decidió no esperar más y concedió una primera subvención para iniciar la obra a principios de 1954. Curiosamente esa partida se invirtió en una parte del muro de cierre, en lugar de acondicionar una pista polideportiva para ir tirando.

El Campo de Deportes de La Seca probablemente fue diseñado por Eduardo Baselga Neira, arquitecto de la Delegación Nacional de Juventudes, quien también ejerció como director de la obra. Y su realización por fases corrió a cargo del contratista pontevedrés Porfirio Diz Baltasar.

Un campo de fútbol y otro de hockey, balonmano y balón volea; dos pistas de tenis y otras dos de baloncesto; una pista de atletismo; una piscina y club náutico, un gimnasio; un frontón y una tribuna para 10.000 personas sentadas, además de vestuarios y servicios. Todo esto englobaba el proyecto original al empezar su ejecución. Prácticamente se hizo todo.

"Unas instalaciones decorosas -según valoración de un preboste de la época- para la práctica de los deportes, que contribuirán de forma muy acusada a la formación moral y física de las nuevas generaciones".

Cuando José Solís Ruíz, que había iniciado su carrera política en Pontevedra como gobernador civil, se convirtió en ministro secretario general del Movimiento, aseguró en 1958 al alcalde Prudencio Landín Carrasco que la terminación del Estadio de la Juventud figuraba en primer lugar en su Plan de Deportes. Luego añadió que ese compromiso solo dependía de los medios económicos disponibles. Ahí fue donde falló.

Cada visita periódica a esta ciudad del delegado nacional de Juventudes o de Deportes de turno suponía un empujón a la obra, puesto que se acompañaba de un golpe de talonario o de la escritura de un crédito. Pero entre estancia y estancia pasaba mucho tiempo.

Al menos José A. Elola Olaso, Jesús López Cancio, Eugenio López López y hasta Juan Antonio Samaranch, quien más tarde llegó a la cúpula del olimpismo, cumplieron ese rito en sus visitas a esta ciudad.

En cuanto a préstamos se refiere, la Caja de Ahorros Provincial de Pontevedra resultó providencial para este proyecto. Sin la buena disposición que la entidad mostró siempre para atender cada solicitud, la obra nunca se habría terminado, o cuando menos se habría dilatado lo indecible y más.

A partir de los años 60 Joaquín Queizán Taboada reemplazó a Corrochano Gálvez como delegado provincial, y en lugar del Campo de Deportes pasó a hablarse del Estadio de la Juventud. Pero no cambió nada la tónica del retraso acumulado.

Con ese nombre quedó bautizado en la memoria colectiva, puesto que nunca llegó a inaugurarse oficialmente como tal complejo deportivo. Cada vez que una parte del todo, o sea un campo o una pista estaba lista, enseguida comenzaba a usarse sin esperar a una terminación completa que parecía una suerte de falacia.

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