Al mediodía del 15 de noviembre de 1941 el hermano marista Vicente Lorenzo, en su condición de administrador general de la orden religiosa, entregó la finca hasta entonces de su propiedad en Campolongo, de 22.000 metros cuadrados con todas sus instalaciones, al jefe nacional de la ONCE, Javier Gutiérrez de Tovar.

Ese acto formal se produjo una vez firmada la operación de compra-venta por un importe de 500.000 pesetas. Los maristas dijeron adiós entonces al colegio que regentaron en Pontevedra durante toda la década de los años 20, hasta principios de los 30.

Proyecto de sanatorio, colegio e internado religioso, residencia de estudiantes del Instituto, y colegio de ciegos. Incluso en la Guerra Civil estuvo ocupado por la Comunión Tradicionalista que capitaneaba Álvaro Losada Fernández, de ilustre familia pontevedresa.

Todo esto fue en los últimos cien años la edificación y finca de Campolongo que la ONCE entregó al Ayuntamiento en 2006, tras sellar un convenio urbanístico que va camino de no cumplirse nunca. Rebautizado ahora como Edificio Sur, parece que añadirá a su historial un nuevo uso de carácter social, que faltaba en su dilatada trayectoria.

La referencia documental más antigua identifica la edificación original con un proyecto de sanatorio de Celestino López de Castro, un reputado médico que salvó la vida de muchos pontevedreses entre finales del siglo XIX y principios del XX. Ese sanatorio se levantó como tal hace un siglo, pero seguramente nunca entró en funcionamiento. Enseguida aparecieron en escena y se ubicaron allí los hermanos maristas con su peculiar internado.

Hasta entonces en esta ciudad había colegios de religiosas para chicas; sin embargo desde la expulsión de los jesuitas no había colegios de religiosos para chicos. Tampoco había otros centros con unas instalaciones tan amplias y modernas para el deporte y el ocio. Pontevedra seguramente fue la última ciudad gallega en donde los maristas abrieron un colegio mediante un curioso salto desde las orillas del Miño.

"La dirección de este centro docente tiene el gusto de participar a las familias que el internado establecido en Tuy interinamente se traslada a Pontevedra para el curso académico 1920-21".

Casi como una invitación abierta, el 1 de septiembre de 1920 los hermanos maristas anunciaron de este modo la puesta en funcionamiento de su Colegio Políglota Mercantil del Sagrado Corazón de Jesús, según propia denominación. A partir de entonces realizaron una publicidad diaria en la prensa local a fin de captar alumnos entre las familias más pudientes y conservadoras.

De entrada ofertaron clases de primera enseñanza graduada, segunda enseñanza, comercio e idiomas. El empleo del francés fue obligatorio en todos los cursos, otra modernidad dentro de su sistema educativo. Aunque su fuerte estaba en el régimen de internado, también abrieron sus clases a alumnos externos y mediopensionistas.

Amén del rosario interminable de pequeños colegios, escuelas y pasantías, los maristas de Campolongo encontraron una dura competencia en dos centros muy implantados: el Colegio Balmes, de don Gerardo Santos Méndez, en la plaza de Méndez Núñez; y el Colegio X, de don Germán Adrio Maña, en la calle Isabel II.

Coincidiendo con la apertura de matrícula para el curso siguiente, ambos colegios particulares divulgaban en la prensa local los nombres y apellidos de sus alumnos más distinguidos y sus buenas calificaciones. Esa práctica tenía su tirón; sin embargo, los maristas de Campolongo nunca hicieron lo propio.

El colegio de los hermanos maristas de Campolongo se estrenó con el curso 1920-21 y abrió sus aulas por primera vez el 29 de septiembre de aquel año en medio de una notable expectación dentro del ámbito educativo.

Durante su presentación ante el alumnado, aquellos curas que hablaban entre sí un cuidado francés que denotaba su procedencia lucieron una especie de babero blanco inmaculado que partía de sus cuellos y pendía sobre sus negras túnicas. Era su vestimenta característica que llamaba la atención de los niños más pequeños y enseguida se hizo familiar. Otro tanto ocurrió con el saludo de entrada en la capilla, de carácter obligatorio:

"Jesús, María y José, tened piedad de nosotros. En el nombre del padre, del hijo?".

Los alumnos conocieron pronto las bondades y también las maldades del método pedagógico de los maristas. Aquel sistema no fue otro que la letra con sangre entra en sus distintas variantes, aunque parece que no excesivamente agresivas. Los cachetes y demás especialidades se repartieron siempre por su bien; así se repitió hasta la saciedad entre un alumnado no muy convencido.

En los años siguientes habitualmente el 1 de septiembre comenzaban las clases de primera enseñanza completa y graduada, en tanto que el bachillerato y comercio se retrasaban hasta el 29 del mismo mes. El propio centro se encargaba de matricular y acompañar luego a los alumnos de segunda enseñanza hasta el Instituto para los exámenes de convalidación. Igualmente ofrecían prácticas de comercio en las materias de contabilidad, cálculo, taquigrafía y mecanografía.

Como Campolongo estaba lejos de la ciudad, los maristas ampliaron su oferta educativa a partir del curso 1926-27 con otras dependencias más modestas en el centro de Pontevedra.

El nuevo colegio se ubicó en el número 27 de la calle Peregrina, ocupando un bajo perteneciente a Matías de Cabo, junto a la sastrería de Lesteiro. Hoy ese lugar se correspondería con el entronque de la calle Daniel de la Sota, entonces inexistente. Allí impartieron solo clases de primera enseñanza graduada y preparatoria del bachillerato para niños menores de diez u once años.

El colegio de Campolongo continuó siendo su referente principal y amplió cuanto pudo sus actividades en los años siguientes con clases especiales de matemáticas para quienes optaban a los duros exámenes de ingreso en carreras especiales de ingenieros, aduanas, telégrafos, etcétera.

El principio del fin de los maristas en Pontevedra llegó con el advenimiento de la República, puesto que acabó con sus aspiraciones de contar con la homologación oficial de sus propias enseñanzas. Por si eso fuera poco, el Instituto duplicó su capacidad y se convirtió en una competencia imbatible.