La locomotora de vapor Saint Léonard, primera en su género de la fábrica belga que llegó a España, realizó el trayecto inaugural de la nueva línea Pontevedra-Marín con tres coches de viajeros, a las ocho de la mañana del 12 de junio de 1889.

Hasta aquel día ambas poblaciones solo estaban conectadas por un coche de caballos que no garantizaba ni tan siquiera un servicio diario. De modo que el avance en el transporte resultó notorio. Pero el tranvía dio síntomas de cansancio e imperfección muy pronto.

La gente dejó de verle su utilidad para desplazarse de un lado a otro por su lentitud exasperante y acabó por convertirlo en un objeto entrañable de mofa colectiva. Fernández Flórez sentenció que aquel tren a vapor era una de "las maravillas del mundo".

Las familias tan distinguidas que veraneaban a lo largo de su trayecto, desde Manuel del Palacio en Mollabao, hasta José Echegaray en Estribela, pasando por Montero Ríos y Eduardo Vincenti en Lourizán, constituyeron un acicate para esta aventura empresarial. El trajín que generaban era considerable. No obstante, un mayor peso sobre el arranque del proyecto tuvo la pujanza cada vez más notoria del puerto de Marín. Quizá por ese motivo su acogida resultó allí mucho más entusiasta que aquí.

El convoy inaugural fue recibido en la población vecina con casas engalanadas, música y cohetes. "Marín ha entendido --sentenció un periódico al día siguiente-- que la inauguración del tranvía representa un acontecimiento memorable".

El primer follón en torno al nuevo servicio se organizó al día siguiente, 13 de junio, a las tres y media de la tarde, con motivo del primer viaje abierto al público en general. Todo el mundo quiso estrenarlo y nadie se resignó a esperar al segundo o tercer trayecto, cuyos horarios ni siquiera estaban bien fijados. Hubo gritos, riñas y barullos.

Pero si la ida discurrió así de agitada, mucho peor resultó la vuelta. Toda la gente esperó al último servicio cuando ya había anochecido para aprovechar mejor el desplazamiento, y se armó una buena pelotera para disponer de un billete.

"Por unos días ya tenemos espectáculo y entretenimiento", dijo un cronista local al recoger el suceso.

El proyecto del tranvía de vapor Pontevedra-Marín se puso en marcha a principios de 1886 de la mano de Prudencio Otero y Carlos Gastañaduy, solicitantes de la concesión al Ministerio de Fomento. Su aprobación se produjo un año después y enseguida comenzó a construirse la vía, cuya trazado acabó de montarse a finales de 1888. La Diputación concedió a la empresa una subvención de 160.000 pesetas y los ayuntamientos de ambas poblaciones adquirieron los terrenos para ubicar las respectivas estaciones.

Los profesores María Jesús Facal y Xoán Carmona sostienen que el marqués de Riestra ya estaba detrás de este proyecto en su origen, aunque no se dejó ver hasta veinte años después, al igual que hizo con otras muchas empresas e industrias.

Sea como fuere el propio Prudencio Otero y los hermanos Carlos y Juan, herederos de Carlos Gastañaduy, formalizaron en 1907 la transferencia de la concesión a favor de Alejandro Mon Landa, Gaspar Massó Ferrer y el propio José Riestra López. Para entonces la empresa no era precisamente un negocio redondo y pronto derivó en un sonado fracaso económico. No obstante, el consejo de administración ya acariciaba la idea de su sustitución por un tranvía eléctrico, que era una transacción muy atractiva.

El tren a vapor llegó a realizar entre ambas poblaciones hasta cinco servicios matutinos y otros tantos vespertinos, entre las seis de la mañana y las nueve de la noche. El horario oficial fijaba en media hora el tiempo de duración del trayecto para los siete kilómetros de recorrido, pero casi nunca se cumplía y, a veces, se eternizaba. Ni se sabía bien cuando salía, ni mucho menos cuando llegaba.

Un viaje entre Pontevedra y Marín en aquellos coches enganchados a la simpar locomotora de origen belga (el servicio tuvo cuatro máquinas en total para cubrir su actividad) era toda una aventura placentera y arriesgada: placentera porque el paisaje sobre la ría era deslumbrante, y arriesgada porque durante el trayecto podía ocurrir de todo.

Su lento desplazamiento convirtió a muchos usuarios en verdaderos especialistas de subir y bajar en marcha, sin necesidad de esperar a sus paradas oficiales en Mollabao, Lourizán, Los Placeres y Estribela. Eduardo Vincenti fue uno de ellos, quizá el más ilustre, cada vez que iba o venía al palacio de Montero Ríos.

Con el discurrir de los años se incrementaron los descarrilamientos y otros percances. Invariablemente el consejo de administración emitía una nota prometiendo la próxima conversión del tren a vapor en un tranvía eléctrico. Tal compromiso, sin embargo, tardó bastante tiempo en cumplirse.

El viaje postrero tuvo lugar el 12 de febrero de 1924. Es decir que el tren de vapor Pontevedra-Marín se mantuvo operativo durante treinta y cinco años. El pasado jueves se cumplirán 125 años de su nacimiento, que marcó un hito en la intrahistoria de esta vieja ciudad.

"A cuenta del tranvía se han hechos más chistes que los que se atribuyen al ácido ingenio de Quevedo", recogió un periódico local, que aquel día histórico le dedicó la despedida siguiente: "Alegrémonos y tengamos para el viejo tranvía que hoy se jubila un recuerdo lleno de devoción, de respeto y de un poco de chunga".