"El poder ya no es lo que era", afirma Moisés Naím en su libro El fin del poder (2013). "En el siglo XXI, el poder es más fácil de adquirir, más difícil de utilizar y más fácil de perder (?) Durante los tres últimos decenios las barreras que protegen el poder se han debilitado a gran velocidad. Ahora es mucho más fácil aplastarlas, rodearlas o socavarlas". La dificultad para crear y defender tales barreras se debe a tres "transformaciones revolucionarias que, a mi juicio, definen nuestro tiempo": las revoluciones "del más", de la movilidad y de la mentalidad. Por la primera, en las últimas décadas "todo" se ha multiplicado (cantidad y variedad de productos, población, número de países, nivel de vida, alfabetización, salud, partidos, religiones?). Por la segunda, todo ello se mueve más que nunca y a menor coste y llega a todas partes. Y en la tercera, las anteriores transformaciones llegan acompañadas por grandes cambios en "modos de pensar, expectativas y aspiraciones".

Estos días vemos a jefes de gobierno europeos negando al Parlamento el ejercicio de un poder que ellos mismos le dieron en el Tratado de Lisboa. Se sienten amenazados por su propia criatura. El enroque de los euroescépticos y el seguidismo de gente como Cameron revelan el temor a ver reducido el menguante poder de los estados. En España se asalta la gran estructura del bipartidismo, especialmente por la izquierda, siempre más atrevida. Rubalcaba tira la toalla al constatar que la mayoría quiere cambios pero no confía en el PSOE para llevarlos a cabo. El despacho principal de Ferraz cada vez manda menos, y hoy las amenazas guerristas de sacar de la foto al que se mueva provocarían más risa que temor. No, el poder no es lo que era.

Rubalcaba quiere controlar su propio relevo, antepone el congreso a las primarias para evitar las salpicaduras del oleaje, y con ello no contribuye a evitar el desprestigio de los partidos políticos, algo que Naím considera "el tema central del libro", según ha dicho. "La importancia de rescatar los partidos políticos. Las nuevas ideas pasan por transformar a los partidos en lugares de reunión. La gente con inquietudes no participa en partidos políticos, que son vistos como excluyentes, impenetrables, ancianos, no avanzados, lentos y que rechazan las nuevas ideas. Las ONG han recogido ese entusiasmo. Los partidos políticos van a tener que aprender de las ONG". O de grupos de amigos como el sorprendente Podemos.