Tafisa fue una industria local de inspiración foránea. Ningún pontevedrés relevante participó en su constitución formal. Sin embargo, cuando el proyecto se puso en marcha, la empresa tendió puentes para conseguir el aval social.

Lo primero que hizo el consejo de administración fue confiar a un equipo pontevedrés el diseño de la fábrica. Y lo segundo que acordó a continuación fue adjudicar la obra a una constructora local. Desde entonces sus responsables no dieron puntada sin hilo para allanar el camino a la implantación de Tafisa en Pontevedra.

La primera letra del primer apellido de los tres técnicos unidos para diseñar el proyecto dio nombre al equipo formado para la ocasión: IPB Asociados. I, de Antonio Iribarren Negrao; P, de José María Pita Orduño, y B, de Alfonso Barreiro Buján. Ellos se encargaron de poner en pie la fábrica, en tanto que el sueco Folke Pehrzon dirigió el montaje y la puesta a punto de la maquinaria importada.

Iribarren ya gozaba de un notable reconocimiento como ingeniero municipal. (Entonces no existía incompatibilidad alguna). Por el contrario, Barreiro prácticamente se estrenaba como arquitecto. Aún tendrían que pasar varios años hasta su entrada en el Ayuntamiento como meritorio junto al arquitecto titular, Emilio Quiroga Losada, a quien sustituyó más tarde. Y Pita era otro ingeniero de caminos que luego ejerció como director del Grupo de Puertos de Pontevedra. Junto a ellos colaboró Enrique García Quintela, más tarde ingeniero municipal en sustitución del propio Iribarren.

José Malvar Construcciones, por su parte, se hizo con el apetitoso contrato de la obra de la fábrica por un importe de cincuenta millones de pesetas y un plazo de ejecución de dos años que discurrieron entre 1956 y 1958.

Aquel encargo resultó una oportunidad de oro para el joven Pin Malvar, que estaba haciéndose con las riendas de la constructora fundada por su abuelo y potenciada por su padre. Al final, la obra se torció un poco y Agromán se encargó de terminar Tafisa.

Esa adaptación de la empresa al medio se vio especialmente reforzada poco después por la designación del vigués José Carlos Álvarez-Novoa Guerrero como director ejecutivo antes de la entrada en funcionamiento de la fábrica en La Seca.