Opinión
ARGIMIRO ROJO SALGADO*
¡Hablemos de la Unión Europea!
Los 28 países de la Unión Europea (UE) viven estos días inmersos en un proceso electoral que concluirá el próximo día 25 con las elecciones a la Eurocámara, máxima expresión de la legitimidad democrática de la Unión. En estas circunstancias resulta pertinente preguntarse para qué sirven las elecciones. Según la teoría liberal, cualquier proceso electoral constituye un mecanismo de designación de titulares del poder político que incluye una serie de funciones, entre las que cabe destacar las siguientes: producir representación, gobierno, legitimación y movilización.
En efecto, las elecciones -y descartada la democracia directa como vía ordinaria de decisión política- producen, en primer lugar, representación (de intereses, aspiraciones, opiniones?); en segundo lugar, las elecciones establecen un procedimiento pacífico y ordenado para, a la vez, producir gobierno (haciendo posible la selección y renovación de los cargos institucionales, así como la gestión de programas políticos viables) y generar una oposición que controla la acción del gobierno salido de las urnas; en tercer lugar, y a través del rito solemne de las elecciones, el poder político y quienes lo encarnan (las instituciones y los actores) se revisten de legitimidad y autoridad, son percibidos como justos titulares del poder, quedando así reforzados y autentificados democráticamente; por último, las elecciones contribuyen a la (re)politización de las sociedades, es decir, crean unas condiciones especiales para el debate y la reflexión entre la clase política y los ciudadanos acerca de las cuestiones de contenido político. La finalidad de este artículo es destacar precisamente la importancia de esta última función en el contexto de estas elecciones.
El proceso electoral en general contribuye a intensificar la movilización y la comunicación entre gobernantes -o quienes aspiren a serlo- y gobernados, elevando el grado de debate e información del ciudadano respecto de los asuntos públicos. Es la ocasión idónea para que salgan a la luz toda clase de ideas, propuestas y aspiraciones planteadas por los individuos o por los grupos más diversos que conforman nuestras sociedades. Pues bien, en este caso, y por tratarse de elecciones a la Eurocámara, es de esperar que los debates y propuestas guarden estrecha relación con esta realidad supraestatal de la que formamos parte. Toca ocuparse de la UE, esto es, de todos aquellos asuntos que, teniendo una incidencia directa en nuestras vidas, conciernen y son de competencia de la Unión. ¡Hablemos, pues, de la UE!
Y podemos empezar hablando de la historia de un formidable éxito colectivo, de una experiencia inédita, original, atrevida y avanzada, y quizás por ello también modélica para el resto del mundo. El primer espacio político transnacional del mundo, y todo ello propiciado por un vuelco revolucionario en el ideario y la arquitectura política convencional, asumiendo con naturalidad que los problemas y desafíos a los que hay que hacer frente en esta era global trascienden todo tipo de fronteras y superan la lógica de la soberanía estatal.
Hablemos también de esa UE que está a punto de alcanzar el máximo grado de integración económica (la Unión Económica y Monetaria), y tras superar las etapas previas de Zona Libre Cambio, Unión Aduanera y Mercado Común; de esa realidad jurídico-política supranacional y tendencialmente federal, y que ya cuenta con un ordenamiento jurídico propio (una constitución material integrada por los Tratados fundacionales y los modificativos y complementarios: derecho originario), un sistema institucional completo y original (Parlamento, Comisión, Consejo, Consejo Europeo, Administración de Justicia, Tribunal de Cuentas, Banco Central, órganos consultivos, instituciones financieras, etc.), y una vida política propia (partidos políticos, procesos electorales, grupos de presión, ciudadanía, políticas públicas, etc.).
Hablemos de esa UE como un espacio de estabilidad, libertad, democracia, prosperidad y bienestar; caracterizada por una ausencia total de conflictos entre sus Estados, y teniendo muy presente que el punto de partida era una Europa con más de dos mil años de conflictos, y en la que se había derramado más sangre por metro cuadrado que en ningún otro lugar del mundo. Una UE, además, donde es posible el libre tránsito y movimiento de personas, mercancías, servicios y capitales, y donde millones de jóvenes tienen la posibilidad de estudiar y vivir en otro país comunitario a través de los programas de intercambio. Una UE que constituye un referente para el resto de la humanidad (este dado también debe ser suficientemente destacado), y no sólo como un modelo a imitar, sino también como factor de estabilidad internacional, destinado a jugar un papel fundamental en la búsqueda de la paz, la justicia, el progreso, la democracia y el desarrollo sostenible del Planeta.
Hablemos de esa UE que mira al futuro, y que ha de enfrentarse de manera creciente a retos comunes a los que no es posible dar respuesta por separado: el paro, la cuestión social, la crisis económica y financiera, los fenómenos migratorios, el terrorismo y el crimen organizado, el desarrollo sostenible y la defensa del medio ambiente, el suministro energético, etc. Una UE en la que la grave crisis económica ha puesto de manifiesto sus carencias y debilidades institucionales, recordándonos así que estamos ante esa aventura inacabada, una obra y un proceso inconcluso, por lo que la solución pasa por más y mejor Europa; lo que en el ámbito estrictamente económico significa una mayor integración de las políticas presupuestarias, estructurales y financieras que cristalice en una unión económica plena. Solo en estas condiciones la UE podrá aspirar a jugar un papel protagonista en un mundo globalizado y competitivo frente a las grandes potencias o bloques comerciales existentes o emergentes.
Hablemos, también, de esa UE necesaria y sin vuelta atrás (los costes de la no Europa resultan inasumibles), capaz de sobreponerse cuanto antes a ese estancamiento y europesimismo que la embarga en los últimos años; de esa UE dispuesta a seguir progresando, y sin demora, en su construcción política, siguiendo para ello la lógica y postulados del federalismo asociativo, la fórmula más idónea para integrar -sin destruirlas- todas esas realidades componentes de la vieja Europa: estados, regiones, nacionalidades, euroregiones, entes locales, minorías, sociedad civil, etc. (decían a este respecto sus padres fundadores que "Europa o será federal o no será"). Hablemos, en definitiva, de esta UE plural y multinivel, unida y diversa, democrática y tolerante, abierta al mundo y solidaria con los más necesitados. ¡Señores candidatos: hablen y lideren la causa europea! Es su deber.
*Catedrático de Ciencia Política y profesor Jean Monnet en la UVigo
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