Opinión | personas, casos y cosas de ayer y de hoy

FEDERICO MARTINÓN SÁNCHEZ

Vacunación en la infancia

"Niños de antaño y de hogaño. Aunque los ojos igualmente secretos, interroguen con idéntica luz, ¡que infancias más distintas! Otros temores, otras aventuras, otras sombras de destinos fantásticos cruzaban el espíritu de los niños de antaño. Pálidos, severos, en grave reserva, nos han legado sus rostros los antiguos pintores. Otra cosa son estos niños que retrata la cámara fotográfica. Más expresivos y vivaces; prodiga el cuerpo una mímica aguda y reflexiva, utilitaria, llena de riesgo espiritual. Un descaro ante la vida, aprendido no se sabe cómo, herencia de no se sabe qué evasiones de los padres?" Son palabras de Álvaro Cunqueiro (Vértice. 1939; 25: 37-40). El autor de estos artículos en FARO DE VIGO las suscribiría después de cerca de cincuenta años de dedicación al cuidado de niños sanos y enfermos.

1539. Un fúnebre y melancólico cortejo desciende lentamente por las empinadas y enlutadas calles de Toledo y, por la vieja puerta de la ciudad imperial, sale hacía la llanura para conducir hasta Granada el féretro que contiene el cadáver de la emperatriz Isabel y así cumplir su deseo de reposar con sus abuelos los Reyes Católicos. Su esposo, el emperador Carlos, abatido por la pena, se encierra en el convento de los Jerónimos de la Sisia durante ocho semanas. Al frente de la comitiva fúnebre cabalga su hijo, el príncipe Felipe, un niño rubio, menudo, pálido, convaleciente de accesos febriles recurrentes -posiblemente paludismo, enfermedad que era padecida en esa época por tres cuartas partes de la población española- y quebrantado por la desaparición de su madre, la persona que más amaba en el mundo. Va acompañado de Francisco de Borja, marqués de Lombay y duque de Gandía. Detrás un inmenso séquito que incluye varios prelados, todos los Grandes, ministros y miembros de la Corte. El Príncipe tiene apenas doce años mal contados, va vestido de negro, con loba y capirote de luto, y se esfuerza en mantenerse derecho sobre el caballo y en recordar que el hijo de un emperador no puede llorar como los otros niños, por lo que trata de no escuchar los sollozos y plegarias del pueblo. Al llegar a la necrópolis real granadina, antes de descender por las lúgubres escaleras a la umbrosa cripta, Francisco de Borja, en su calidad de chambelán y mayordomo mayor de la reina, ordena abrir el ataúd -que es de plomo y va rematado con las armas imperiales de España y Portugal-, para el preceptivo reconocimiento y levantar el acta de entrega. El emperador no había permitido el embalsamiento del cuerpo de la emperatriz, fiel a la voluntad de su esposa, ya que nunca lo ha tocado otro más que él. Al abrir el féretro todos quedan impresionados por la descomposición del cadáver y el rostro de la reina, antes tan hermoso, está tan desfigurado que el marqués de Lombay, impávido e inmóvil, no alcanza a reconocer a su reina y pronuncia la frase: "?nunca más servir a señores que se pueden morir?" Y es el propio don Felipe el que, en medio de un dolor que le partía el alma, dice con gran firmeza que aquella era su madre y merece ser sepultada. El príncipe ya no aguanta más, ha de apartarse y se recluye durante un tiempo en una iglesia a vivir su dolor en soledad. Su corta edad no le permite mucho más. Guardaría luto toda su vida. Felipe es pintado una y otra vez a lo largo de su prolongada vida, pero en ningún retrato ha recuperado la alegría. Francisco de Borja, un tiempo después, ya viudo, se postra ante Ignacio de Loyola, al que había visto arrastrado por las calles de Madrid como prisionero de la Inquisición, e ingresa en la compañía de Jesús, en la que llega a ser su tercer superior general, para cien años más tarde alcanzar la santidad, canonizado por el Papa Clemente X. (Para saber más: María Martinón. Patobiografía de Felipe II. 1998 y Ángel Saavedra, Duque de Rivas. El solemne desengaño, 1841).

1945. El entonces joven pediatra Federico Martinón León es requerido con carácter urgente, el día 9 de junio, para visitar a una niña, llamada Margarita, de doce años de edad, domiciliada en la calle en la que él mismo vive y tiene su consulta. La niña está gravísima, la temperatura alcanza los 41º y síntomas, signos y análisis corresponden a una septicemia. El doctor establece la necesidad de tratamiento con Penicilina. El desabastecimiento del fármaco en España -en situación de aislamiento internacional- es total y no se le puede suministrar. La pequeña empeora de forma muy rápida, se afecta progresivamente su estado de conciencia y deja de ingerir alimentos y líquidos, lo que obliga a inyectar sueros, además de utilizar los medicamentos al uso disponibles. Por fin el día 17 de junio, a las 3 de la tarde, se le puede administrar el primer vial de penicilina, al que siguen otras dosis cada 3 horas. A las 24 horas de iniciado el tratamiento antibiótico la mejoría es ostensible, la fiebre comienza a declinar y la niña recupera el estado de conciencia, hasta el punto de que el pediatra deja constancia en la historia clínica -que el autor conserva con todo celo-: "Hoy me recibe con una sonrisa?". La recuperación es completa y la niña llegó a la ancianidad después de una vida muy feliz. Creo recordar que la penicilina empleada procedía de Portugal y que la movilización para conseguirla fue grande, hasta el punto que la llamada "policía motorizada" custodió los envíos del medicamento, que necesariamente venía refrigerado en un termo con hielo. Después, ese mismo año de 1945, se crearía una comisión encargada de distribuir la penicilina, para garantizar un reparto justo y equitativo, y evitar el tráfico ilegal, lo que solo se conseguiría a medias, ya que Tánger, Gibraltar y Portugal siguieron siendo puertos cercanos y puertas abiertas a la actividad contrabandista. El caso suscitó interés en nuestra ciudad e incluso me contaron que se acumuló cierto número de personas en la calle a la llegada del medicamento, lo que era inusitado en esa época, aunque comprensible, si se considera la novedad esperanzada que suponía el tratamiento a una niña que parecía morirse, a la que se unía la ascendencia social y profesional del padre de Margarita, un prestigioso fotógrafo. No sé si fue el primer caso pediátrico tratado en Ourense, pero sí uno de los pioneros. Desde entonces se estableció una relación de cariño y amistad entre la familia Schreck Muro y la mía, que espero continúe. La hermana de Margarita, Ana María, fue mi primera y querida amiga de la infancia. Yo, como pediatra, llegue a consultar a alguno de los biznietos don Ernesto, patriarca de la saga de fotógrafos.

La penicilina fue descubierta por Alexander Fleming en 1928, pero no sería producida a escala industrial hasta 1944, gracias a las investigaciones de Howard Florey y Ernst Chain en la Universidad de Oxford. En los inicios su administración se convirtió en un negocio impuesto y la penicilina se conseguía muchas veces de estraperlo, pagándose cantidades desorbitadas por una dosis de aliento y esperanza. Las primeras ampollas llegaron a España en marzo de 1944, procedentes de Brasil, para una niña madrileña de nueve años, Amparito Peinado. La niña mejoró al inicio y se habló de otro "milagro de la primavera", pero las dosis llegaron tarde y fueron insuficientes y la pequeña murió. En A Coruña, en la clínica de San Nicolás, un ingeniero de minas afectado de una endocarditis bacteriana complicada con una lesión de la válvula mitral esperaba ansioso la penicilina, procedente de las tropas norteamericanas que ocupaban el norte de África, con la que al mediodía su médico, el doctor R. Fernández Obanza, comenzaría un tratamiento que habría de resultar insuficiente.

2014. Victoria, una niña gallega de cinco años es una de las quince protagonistas de la campaña para conmemorar el Día Mundial de la Meningitis, una enfermedad que mata y deja secuelas graves para toda la vida. Una serie de retratos de víctimas de la meningitis de todo el mundo, realizadas por la fotógrafa de renombre internacional Anne Geddes, que muestran secuelas de la enfermedad, aunque reflejan también las esperanzas, centra la campaña del año, apoyada por la Fundación Irene Megías. Victoria sobrevivió a la infección por meningococo B pero hubo que amputarle las dos piernas. Sus ejemplares padres dicen que, después de muchos meses de sufrimiento, ha empezado a jugar, pero sus ojos todavía expresan la lógica tristeza. La campaña se tituló "Protege su futuro: retratos de la enfermedad meningocócica". La única forma de prevenir la enfermedad es la vacunación. La vacuna contra esta enfermedad meningocócica invasiva existe y puede evitar al menos el 70-80% de los casos, pero no se vende en las farmacias españolas, aunque sí ha sido autorizada por la Agencia Europea del Medicamento y se distribuye en países como el Reino Unido (país en el que se incluirá en el calendario vacunal infantil), Francia, Italia, Alemania? Galicia participó en los estudios para su desarrollo, gracias a lo cual algunos centenares de niños están vacunados. El profesor Rino Rappuoli, descubridor y director global de la investigación de la vacuna, de manos de mi hijo, impartió sus enseñanzas el mes de marzo en Santiago. (Para saber más: Federico Martinón-Torres y otros. La enfermedad meningococica. Pasado, presente y futuro, 2013 y The case for vaccinating against meningitis B. The Lancet. 2014; 14:359.)

Son tres historias de niños distintos. No serán las últimas que trate. Cada niño tiene su propio presente y futuro que para unos son felices y para otros tristes. Unas veces lo expresan y otras no. Detrás del rostro de un niño puede ocultarse una inmensa felicidad o esconderse un grave sufrimiento. No debemos olvidar que los niños viven por la gracia concedida de los adultos y a veces les cuesta mucho aguantar, ya no digamos manifestar, su condición de niños.

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