La Resurrección, jornada principal de la Semana Santa, pone fin a la celebración de actos que han tenido en las procesiones la parte más plástica aunque no, seguramente, la más religiosa. Las cofradías se esfuerzan en hacer las cosas bien y se cuida que los desfiles de los cofrades y personas que no lo son, acompañen a las imágenes que, a pesar de haber sido vistas durante años, aportan siempre un plus de dramatismo que, a poco que uno quiera, remueve conciencias. Todo puede resultar brillante si hay respeto y, sobre todo, sentimiento aunque sea temporal por la reflexión cristiana. Lo malo es cuando los protagonismos estropean las cosas y se llega a momentos de alta tensión. Las cofradías deben tratar de reducir a los emisores de órdenes y, sobre todo, de que, quien las dé, lo haga con la máxima discreción y sin el deseo particular de lucirse como si estuvieran haciendo algo imposible. Y no puede suceder nunca más el espectáculo de las casi agresiones que se producen cada año, y son para ver, a la entrada o salida de los pasos.