Leo que la directora de "Vogue" (en la edición inglesa) ha tenido que defenderse de la acusación de no sacar chicas normales en sus portadas, sino chicas guapas o muy guapas, en general modelos y actrices o cantantes. Pero la directora se pregunta quién iba a gastarse el dinero en una revista en la que solo saliera gente normal, es decir, gente como casi todos nosotros, gente ni fu ni fa, ni guapa ni fea, o bueno, más bien tirando a fea. "Nadie quiere ver a una persona real en la portada de Vogue. Eso lo pueden tener gratis", ha dicho la directora con mucha razón. Pero parece que no es un argumento suficiente y le siguen exigiendo que saque gente "normal" en sus portadas.

Por lo visto, cada vez hay más gente que parece especializada en escandalizarse en nombre de la corrección política o la defensa de las minorías o de cualquier otra causa que tenga una cierta dimensión social. No sé si será solo una impresión personal, pero cada día que pasa salen más profesionales de la indignación y de la sospecha. Nunca he comprado "Vogue", y en mi vida me gastaría un euro en una revista así, pero supongo que su directora puede poner en las portadas lo que le dé la gana, siempre que esas portadas no infrinjan ninguna ley ni atenten contra ningún derecho. "Vogue", que yo sepa, es una revista que se financia con sus propios medios, así que no tiene que dar explicaciones a nadie. Y a este paso, llegará un momento en que el simple hecho de ser distinto de lo que se considere "normal" se verá como una afrenta o una discriminación contra los "normales", así que la persona que sea diferente tendrá que retractarse o cambiar de actitud o cambiar de vida. Y si seguimos así, pronto llegará el momento en que ser guapo o inteligente o siquiera instruido será considerado también un hecho discriminatorio contra los que no son ni guapos ni inteligentes ni instruidos. Y no es un fenómeno aislado, ojo. Entre los círculos que frecuenta mi hija, tener aspecto de "intelectual" o de "lector" se considera una actitud inadmisible.

Pero lo curioso es que esto pasa en un mundo que es cada vez más injusto y en el que las desigualdades sociales aumentan cada día, sobre todo en Europa y en Estados Unidos. Las diferencias entre ricos y pobres son cada vez mayores, pero aun así hay gente que se empeña en combatir toda posible desigualdad que aparezca en los medios de comunicación o en la literatura o en las películas. Y en vez de intentar remediar el problema realmente grave -la creciente desigualdad económica y social-, esas personas se empeñan en perseguir lo que ellas consideran desigualdad o trato discriminatorio. Cada nueva ley que se aprueba o que se intenta tramitar -y basta pensar en el informe sobre la reforma fiscal que ha encargado el gobierno de Rajoy- tiende a castigar a los más débiles y a beneficiar a los que tienen mucho, pero lo único que parece preocupar a estos nuevos guardianes de la moral pública es que solo salgan chicas guapas en la cubierta de "Vogue".

Y una de las cosas más preocupantes es que estos nuevos censores no parecen capaces de distinguir la realidad de la ficción ni la vida real de lo que ellos consideran la vida ideal. En una película o en una novela es imposible mantener una actitud de exquisita neutralidad, con respecto a determinados aspectos de la vida, para no herir la susceptibilidad de ningún grupo social o de ningún colectivo. Siempre habrá un personaje -ojo, un personaje, no su autor- que hará un chiste malo sobre judíos o mujeres, o un comentario hiriente o cualquier otra cosa que se pueda considerar ofensiva. Pero es que la vida es así, y una novela o una película -si quieren tener un mínimo de calidad- están obligadas a representar la vida tal como es, con toda su verosimilitud y toda su crudeza.

Otra cosa es que las ideas de su autor sean abiertamente racistas o humillantes con respecto a determinados colectivos, porque eso es otra cosa que sí merece rechazo. Pero que una obra de ficción reproduzca determinadas actitudes o conductas que puedan parecer ofensivas o discriminatorias es no solo normal sino también necesario. Pero insisto en que se trata de una obra de arte, no de una campaña de sensibilización social. Lo malo es que nos estamos volviendo demasiado susceptibles, aunque no parece que seamos igual de susceptibles con las cosas que de verdad nos deberían importar. Cosas, por ejemplo, como los impuestos, que son mucho más importantes que las portadas de "Vogue".