Hace unos días discutí, con un directivo de prensa digital, la cuestión de las exclusivas periodísticas en los diarios que tienen versión en internet. Un servidor, que ha mamado tinta de rotativa, dudaba de que fuera buena cosa anunciar previamente las exclusivas en la web, en lugar de darlas primero en el papel, sorprendiendo así a los diarios de la competencia. "Si la anunciamos antes, ellos se van a poner en marcha para publicarla al mismo tiempo". La respuesta fue contundente: "¿Y cuánto crees que durará tu exclusiva del papel? Ya te lo digo: segundos". Para mí, la idea fuerza era conseguir un titular que no llevara nadie más en el quiosco. Para mi interlocutor, lo relevante era que todas las webs y todas las apps informativas del país se habrían apoderado de la primicia antes de que los vendedores desataran los paquetes de periódicos. Ya puestos, decía, seamos los primeros también en la red, y lideremos la historia desde el principio.

¿Quién de los dos llevaba razón? Una anécdota que me narraron poco después aportó una nueva luz a la reflexión. Dicen que la cuenta el que fue director de un importante rotativo, que en otros tiempos tumbaba gobiernos. El pasado verano publicó en exclusiva ciertos correos electrónicos que se cruzaron el presidente del Gobierno y un colaborador imputado y luego encarcelado. Los correos apuntaban a que el presidente había faltado a la verdad. Como en los buenos tiempos de las exclusivas explosivas, en la rotativa aumentaron la tirada. Pero el público no reaccionó, y la mayor parte de los ejemplares de más fueron devueltos sin vender. ¿Acaso a los ciudadanos les han dejado de interesar las informaciones que desvelan las suciedades del poder? ¿Nos hemos vuelto insensibles? ¿O la prensa (la prensa seria tradicional) ha perdido la sintonía con lo que pide el público, suponiendo que éste lo sepa?

Sería arriesgado afirmar que a los ciudadanos les dejan indiferentes los turbios manejos del poder. Otra cosa es cómo consumen las novedades. Es cierto que informar repetidamente sobre Gürtel, Bárcenas y los ERE de Andalucía no ha impedido el declive de ventas de las principales cabeceras españolas. Pero las revelaciones periodísticas sobre el extesorero del PP han hecho al mismo tiempo la fortuna de El Intermedio, el programa de relectura de la actualidad en clave sarcástica, que con Bárcenas alcanzó picos de audiencia y algún momento de insospechado liderazgo. Tanto es así que encargaron un busto con su figura, la pusieron en una especie de altar, y le adoraban en acción de gracias por su inestimable contribución al sostén económico del programa.

Hace cuatro décadas, el que fuera director de las publicaciones francesas Les Échos y l'Expansion, Jean-Louis Servan-Schreiber, afirmaba en su libro "El poder de informar" que el periodista más influyente del momento en Estados Unidos era Art Buchwald, un columnista del Washington Post que reescribía la actualidad política desde un prisma entre irónico y satírico, resaltando las ridiculeces y las incoherencias. Su columna, reproducida en cientos de periódicos de costa a costa, era temida. Buchwald dejaba a otros el trabajo de extraer la materia prima, las noticias en bruto, las revelaciones inesperadas, los datos del escándalo. Él tomaba ese material, lo filtraba, lo seleccionaba y lo cocinaba de manera que resultara agradable al paladar y de fácil digestión para el lector. Hoy, la sátira de El Intermedio exprime los datos que por la mañana han revelado las redacciones de aquellos diarios que todavía tienen recursos para investigar. Pero habrá que ver por cuánto tiempo más. Si de mineral extraído se aprovecha todo el mundo menos las empresas mineras, un día ya no habrá quien excave.