Los halcones como el embajador estadounidense en la ONU John Bolton lo tienen absolutamente claro. La culpa de lo que sucede en Crimea se reparte entre el presidente Barack Obama y los europeos, que, como se sabe, somos de Venus.

No se supo poner a Rusia en su sitio cuando decidió engullirse dos trozos de Georgia y ahí tenemos, según ellos, las consecuencias.

Entonces ocupaba la Casa Blanca el republicano George W. Bush, quien propuso a los europeos en la reunión que la OTAN celebró en Bucarest ofrecer su paraguas protector a Ucrania y Georgia, pero aquéllos se echaron para atrás. No querían provocar más a un oso ruso humillado por la progresiva extensión de la Alianza hacia el Este.

Para quienes piensan como Bolton, asistimos a una nueva Yalta: los europeos están dispuestos a hacer con Ucrania lo que hicieron Churchill, Roosevelt y Stalin con Finlandia, a la que convirtieron en un tampón entre los dos bloques durante toda la Guerra Fría.

Y ahora ¿cuáles serán los próximos pasos del presidente Putin? ¿Se contentará con Crimea, donde está la crucial base naval rusa en aguas calientes, o decidirá seguir adelante en su defensa de las minorías rusoparlantes del país vecino, lo que pondría eventualmente en peligro la unidad del resto de Ucrania?

Una división del país dejaría a merced de la ayuda de Occidente su parte occidental -la que perteneció al Imperio austrohúngaro y luego a Polonia- de tierras muy ricas, aunque no es precisamente más agricultura lo que necesitan en este momento los europeos.

Por el contrario, las regiones de población rusa o rusoparlantes del Sur y el Este son sobre todo industriales, aunque se trata de un sector muy obsoleto.

En su actual situación, Ucrania necesita 40.000 millones de euros en los dos próximos años si quiere evitar la quiebra, y sus arcas están, a lo que parece, vacías.

¿Se puede imaginar uno a la UE, también en su situación actual, con tantos de sus miembros hundidos aún en la crisis, acudiendo en auxilio de tan problemático tercero?

Excepto algunas mentes calenturientas o estrategas de despacho, nadie puede querer allí una guerra, que desembocaría sin duda en una división del país y tendría consecuencias catastróficas para todos.

Son muchos los intereses en juego. Rusia se arriesga a un peligroso aislamiento en un mundo cada vez más conectado por los lazos comerciales, económicos, financieros, energéticos pero también militares.

La detención en Austria, a petición de la justicia estadounidense, de un oligarca ucraniano vinculado a Rusia, es una clara advertencia a Moscú.

Los oligarcas rusos y ucranianos tienen fuertes intereses en Occidente, pero a su vez los países occidentales, con Alemania y el Reino Unido en cabeza, tendrían mucho que perder de una ruptura.

Además, otras repúblicas exsoviéticas como Kajazistán, principal aliado de Rusia, no pueden sentirse nada tranquilas ante las consecuencias que también tendría para ellas un eventual conflicto armado en Ucrania.

Se impone pues contención por todas partes, y sobre todo por parte de un Putin empeñado en sacar sobre todo réditos en casa de una posición de fuerza en el exterior y unos dirigentes ucranianos que, arrastrados por los elementos más extremos de la plaza de Maidán, calcularon mal los efectos de algunas de sus primeras decisiones como la -luego rectificada- de declarar no oficial la lengua rusa.