Un empresario portuario que acaba de regresar de Brasil comenta en tono admirativo la actividad crucerista que ha encontrado en Río. Cada día se ven cuatro o más grandes trasatlánticos en el puerto, y los pasajeros invaden la ciudad y recorren los lugares de interés.

En Vigo, sentencia, tenemos que conseguir que no disminuya el número de buques que atraquen, sino que aumente. Pero sobre todo que los cruceristas desciendan a tierra y disfruten de la ciudad, que tiene lugares atractivos que ofrecer. Entre ellos el Castro, y la fortaleza, "pero hay que podar los árboles".

Contaba Carlos Fuentes, el gran escritor mexicano, que la primera vez que sobrevoló Vigo halló grandes semejanzas entre su bahía y la de Río de Janeiro. Lo dijo en público, en una conferencia que pronunció en el foro de este periódico. Más tarde la Universidad de Vigo lo invistió con el título de doctor honoris causae. Es pena que no hubiera vuelto a sobrevolar la ría y se haya muerto sin desarrollar su teoría de la similitud de las bahías.

De la singular belleza, capacidad y seguridad que ofrece la viguesa, se puede concluir que es pintiparada para acoger cruceros, una modalidad turística creciente. Pero el número que recibirá esta temporada será inferior al de años pasados, según los datos que ha hecho públicos la Autoridad Portuaria. Aunque llegarán más cruceristas (cerca de 250.000 con las tripulaciones), por las superiores dimensiones de los buques.

El problema se plantea cuando se trata de conseguir que los viajeros desembarquen y, quienes bajen a tierra, elijan como destino de su estancia la ciudad de Vigo.

No es una bagatela la disquisición del empresario portuario sobre los árboles del Castro. En los dos lugares más idóneos para divisar el paisaje circundante, los montes de La Guía y el Castro, la fantástica arboleda que los rodea, y los magníficos ejemplares que crecen en las inmediaciones, perturban la visibilidad.

Para que sean auténticos miradores, como se supone deben ser las cimas, es necesario que se proceda a una poda proporcionada, que preserve la vida de los árboles, pero que permita mayor visibilidad.

El Castro es el lugar de nacimiento de la ciudad, como certifica Jaime Garrido en su libro "El origen de Vigo", que con "El Vigo que se perdió" componen la dupla de la mejor bibliografía local. No sólo lo eligieron los primeros pobladores para afincarse por sus condiciones de habitabilidad, sino por su atractivo.

La visita es inexcusable. La fortaleza añade a la seducción del paisaje la espléndida edificación defensiva, que da empaque de ciudad antigua, con pasado histórico. El interior del recinto, con estatuas y bien ajardinado, es apreciable, y la perspectiva del entono desde sus murallas es inigualable.

Lástima que la Pardo Bazán, que hubo un tiempo en que no le gustaba Vigo, pero que años después describió como nadie la procesión del Cristo y las puestas de sol desde el Continental, no haya visitado la fortaleza.

Pero ocurre que los árboles, algunos de porte impresionante, no dejan ver la ciudad ni la ría. De ahí la necesidad de la poda.

Es una labor que corresponde a especialistas en diseño de paisajes y espacios exteriores o a buenos jardineros, que preserve la naturaleza y permita disfrutar en plenitud del espectáculo.

Habrá quien ponga el grito en el cielo en defensa de la foresta y la integridad de los ejemplares que crecen en la Guía y en el Castro, pero quienes frecuentan los promontorios y los visitantes agradecerán ganar perspectiva.

Por tanto se impone conciliar las dos opciones: respeto a la botánica y visibilidad. Vigo está acostumbrado a resolver teóricas disyuntivas, a base de pragmatismo.

Hace tres cuartos de siglo, cuando se planteó la construcción del puerto pesquero con dimensión europea, se eligió la zona del Berbés. Se montó una gran polémica entre defensores de la intangibilidad del barrio, como el lugar más característico de la localidad, y quienes consideraban imprescindible la ubicación del puerto y lonja por el bien de la ciudad. La solución fue conciliar las dos posturas enfrentadas. Se construyó el puerto y se respetó el entorno arquitectónico.

La sociedad viguesa demostró ser resolutiva y práctica. Y la llegada de los cruceros es una posibilidad de desarrollo a la que no se debe poner obstáculos.