Neurocirujano

Conocí a Domingo Villar Otero a principios de los años ochenta a través de Ventura, su hermano mayor, quien me lo presentó con las credenciales de ser primo-hermano de mi padre. Desde entonces, y a pesar de la diferencia de edad y de los avatares de la vida, aquel hombre delgado, de nariz aguileña y espesas cejas representó para siempre un lugar muy especial para mí y para mi familia. En honor a su origen compostelano trataré de describir mis vivencias con él siguiendo un hipotético Camino de Santiago al amparo de sus comentarios, de sus consejos y de sus profundas convicciones.

La primera etapa de ese camino se inició probablemente cuando Domingo me mostró una fotografía fechada en 1923 en la que estaban retratados los que él denominó como "Familia Otero". En aquella imagen amarillenta realizada en el Pazo familiar de la Mota (A Estrada) se encontraban, entre otros muchos, mi abuelo Pepe Otero y su hermana Sinda, la futura madre de Domingo. Al parecer, y según cuentan las crónicas, el mismo día que se hizo esa instantánea aquellos primeros Oteros decidieron reunirse en aquel mismo lugar coincidiendo con cada Año Santo tras oír misa en la catedral de Santiago. Esta promesa no solo se cumplió sino que con el paso del tiempo y "año santo tras año santo" aquellos pioneros fueron capaces de reproducirse, sin prisa pero sin pausa, hasta conseguir congregar en su última edición a más de 800 Oteros. De aquel tronco común fueron brotando ramas con personajes importantes para nuestra tierra como lo han sido "los Sanjurjo"; "los Cobianes"; "los Valenzuela"; "los Espinosa"; y naturalmente los "Villares", de los que Domingo es sin duda uno de sus máximos representantes. Con aquellas credenciales, que Domingo salpicaba de sabrosas anécdotas, me imagino que trataría de hurgar en mi subconsciente para conseguir integrarme definitivamente en esa gran familia, y doy fe que lo consiguió.

Frutales por vides

En cuanto a sus datos biográficos, supe que este futuro y brillante empresario nació en septiembre de 1926 en Santiago de Compostela, siendo el penúltimo de sus seis hermanos. Su padre, Ventura Villar, casado con mi tía-abuela Sinda Otero era el dueño de conocido Bazar de Villar de Santiago, situado en la calle que lleva su apellido y que próximamente celebrará los 150 años de existencia. Tras la Guerra Civil, que se dejó en el camino a dos de sus hermanos, Domingo se traslada a Madrid para estudiar Ciencias Exactas. Pero el destino interrumpe sus estudios cuando su hermano Ventura le reclama para colaborar, junto con su hermano Sindo (padre del político Paco Villar, recientemente fallecido) en sus proyectos empresariales en Vigo. Son los años del Bazar de Villar (el de Santiago queda a cargo de Luis, su hermano pequeño); de calzados Trevinca; y más tarde de Plásticos de Galicia en la que Domingo, junto con sus hermanos, desarrolló su verdadero potencial.

De todas esas etapas profesionales hay una, quizás la menos conocida, en la que Domingo se sintió especialmente realizado. Sucedió cuando los tres hermanos, tras adquirir Pazo San Mauro -una extensa finca situada a orillas del Miño- deciden sustituir los frutales por las vides. Ante ese descomunal reto es cuando entra Domingo en acción y demuestra su verdadero potencial renovando las antiguas cepas y aumentando el número de viñedos, transformando la antigua bodega y modernizando los métodos de producción. Así, y en muy pocos años, los caldos de Condado y Alvariño consiguen ser competitivos hasta alcanzar la denominación de origen "Pazo San Mauro". Yo, que fui muchas veces testigo directo de aquella transformación, estoy convencido de que esa fue la etapa más feliz de su vida profesional. Aquel hombre de asfalto y de la vida tranquila descubrió de repente a la naturaleza como el mejor antídoto para superar los dolores de cabeza que le provocaba el ruido y las preocupaciones de la fábrica. Como premio a esos esfuerzos, Domingo, aparte de conseguir numerosos premios, fue nombrado en su día Cabaleiro de la Orden de Albariño.

Pero donde realmente nos vamos a tropezar con el verdadero Domingo mientras recorremos el Camino va a ser con el hombre, con esa desbordante humanidad de la que hizo gala durante sus 88 años de vida. Porque según cuentan las crónicas parece ser que aquel chico delgado y tímido, diana de todas las enfermedades posibles e imposibles, ya apuntaba desde su adolescencia maneras de un gran escritor que se plasmaban en pequeños papelitos repletos de letra menuda que en ocasiones enviaba anónimamente a alguna chica compostelana para no ser descubierto. Se sabe también que cuando tuvo que abandonar su carrera de Ciencias Exactas en Madrid para ayudar a sus hermanos en los negocios, tuvo que olvidar también aquellas miradas furtivas hacia la entonces inalcanzable Sarita Montiel que coincidió con él en la pensión donde cursaba sus estudios.

Pero bromas aparte hablemos de Rita, el amor de su vida. Aquella mujer de porte renacentista que con su mirada enigmática llena de dudas, le hizo abandonar su soltería casi crónica no sin antes de que el pobre Domingo recibiera calabaza tras calabaza. Solo el bombardeo de aquellas poesías escritas en letra menuda consiguieron el objetivo de llevarla al altar allá por el año de 1970. De aquel matrimonio nacieron cuatro estupendos hijos, el primogénito de los cuales, Mincho, debió escrudiñar en aquella vena literaria de su padre para con los años combinar su espíritu bohemio con la literatura. Me consta que con la lectura de esas estupendas novelas policíacas escritas por su hijo, Domingo sintió durante sus últimos años una doble sensación de nostalgia y felicidad compartida.

En lo que a mí respecta -y esta etapa del camino la pongo yo- , mi relación con Domingo ha sido como la de un hermano pequeño que recurría a él para lo malo o para lo bueno en busca de consejo. En lo profesional, nunca olvidaré la ayuda que me prestó cuando intentaba patentar una técnica quirúrgica aplicada a la columna vertebral. Desde Plásticos de Galicia, y con la ayuda inestimable de José Luis, no solo se fabricaron los prototipos del instrumental quirúrgico, sino que también la ayuda económica necesaria para volar hacia Hawai donde se celebraba el Congreso Mundial de Neurocirugía y donde se pusieron las bases para patentar mi técnica a nivel mundial.

Como el resto de las vivencias que he compartido con él durante este largo camino no cabrían en las páginas de este periódico, solo me voy a ceñir a un par de anécdotas, no exentas de humor negro, que definen quién era Domingo en situaciones extremas. La primera sucedió en una cafetería de Madrid cuando sintió su primer episodio de angina de pecho. Al observar que nadie le hacía caso no se le ocurrió mejor idea que tumbarse en el suelo para reclamar la atención del resto de los clientes y así conseguir que lo trasladaran urgentemente al hospital más cercano. Probablemente esta "actuación estelar" le salvó la vida. Otra que firmaría el mismísimo inspector Caldas se produjo a mediados de los años 90 cuando tras sufrir otro ataque cardiaco lo trasladamos en helicóptero desde el Hospital Xeral de Vigo al Canalejo de La Coruña para ser operado de urgencia. Durante aquel accidentado vuelo, yo iba por carretera con Paco Villar -a la sazón, director xeral de Sanidade- comunicándonos con el helicóptero con un walkie-talkie a la manera de cualquier guerrillero de las selvas amazónicas. Al llegar a La Coruña y aunque Domingo estaba pálido y frío como un témpano nos sorprendió que no dejaba de lanzar un rosario de piropos a la enfermera que lo acompañó durante el viaje. Quizás aquella maravillosa escena de salón le libró de nuevo del quirófano. Genio y figura.

Fortaleza interior

Con estos antecedentes, es muy probable que esa "mala salud de hierro" que le acompañó toda la vida le proporcionara una fortaleza interior fuera de lo común que le hacía enfrentarse a la adversidad con un estoicismo admirable. Ni en las peores circunstancias que yo he vivido con él, ninguna queja, ningún reproche pero sí grandes dosis de optimismo mezclado de esa socarronería y sentido del humor que lo acompañó hasta el día de su despedida definitiva. Porque Domingo, sin querer serlo, siempre fue el centro de atención en cualquier reunión familiar o de amigos, tanto para reflexionar sobre los temas más serios como para contar historias divertidas. Por eso, si tuviera que elegir una imagen destinada a los tertulianos que ahora se encuentran con él en algún lugar del cosmos, les enviaría la de ese inimitable gesto tan suyo cuando se reía de sus propios chistes antes de finalizarlos.

Al llegar al final de este apresurado camino, solo recordar a Rita, su mujer y a sus hijos: Mincho, Alfonso, Clara y Andrés. Nadie mejor que ellos saben que su marido y padre tiene un lugar de privilegio en algún lugar del universo, simplemente porque se lo merecía. Descanse en paz.

Domingo Villar Otero, empresario, nació en Santiago en 1926 y falleció en Vigo el pasado 13 de diciembre.