Opinión

JOAQUÍN RÁBAGO

El amigo americano

Ahora sí. La canciller federal alemana está furiosa, como lo está también el presidente francés, François Hollande, porque "el amigo americano" se ha dedicado a espiar sus comunicaciones privadas. Y las ha estado espiando no sólo desde que está al frente del Gobierno sino desde 2002. Su irritación es claramente visible en algunas de las fotos que se han publicado de ella con el móvil en la mano.

Cuando el colaborador de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense Edward Snowden --a quien habría que hacer un día un monumento-- reveló a un colaborador del diario The Guardian y a una documentalista la existencia de una red de espionaje de la que eran víctimas millones de personas de todo el mundo, muchos ciudadanos pusieron el grito en el cielo, pero la mayoría de los gobiernos europeos trataron de quitarle hierro.

Se trataba de no molestar excesivamente al "amigo americano", con quien se estaba negociando un tratado de libre comercio. Todos los Gobiernos espían, se decía. Parece que lo hicieron los británicos con los políticos del G-20 durante la cumbre de ese grupo en Londres. Todos espían. Sólo que, naturalmente, gracias a su superioridad tecnológica, los Estados Unidos pueden hacerlo mejor y en muchos más lugares que nadie.

También se argumentaba que algunas agencias de seguridad europea habían podido beneficiarse en secreto de los frutos del espionaje estadounidense. Quien quiere seguridad en estos tiempos tiene que está dispuesto a sacrificar parte de su libertad. ¡Cuántos atentados han podido frustrarse gracias a esa silenciosa labor de Washington!, decían los más benévolos.

La primera dirigente de un país que mostró dignidad fue la presidenta del Brasil, Dilma Rousseff, ella misma también objeto de espionaje, quien dio una auténtica lección a sus colegas europeos al exigir explicaciones a Barack Obama y aplazar una proyectada visita oficial a Estados Unidos. Uno se pregunta lo que habrían hecho nuestros gobernantes con una invitación pendiente de la Casa Blanca.

Mientras tanto, muchos dirigentes europeos no se dieron por aludidos o dijeron no tener constancia de que hubieran sido ellos mismos espiados. Confiaban en que amainara un escándalo que a sus ojos habían inflado los medios de comunicación, en especial el diario británico The Guardian y el semanario alemán "Der Spiegel".

Parecían no dar demasiada importancia al espionaje masivo de las conversaciones privadas de ciudadanos y empresas llevado a cabo bajo el manto de la lucha antiterrorista. Eso es, hasta que Der Spiegel reveló que los norteamericanos habían controlado también las comunicaciones de la propia Angela Merkel como si se tratara del mismísimo Osama Ben Laden. Y además supuestamente con conocimiento de la Casa Blanca. Es decir que los servicios de espionaje no habían estado actuando por su cuenta como una especie de organización paralela sino que sus superiores sabían lo que se traían entre manos.

Sólo entonces finalmente reaccionaron los Gobiernos de París y Berlín, denunciando la quiebra de la confianza. Y sólo entonces se atrevieron otros europeos a pedir explicaciones a Washington y a reclamar incluso un nuevo código de conducta para los servicios secretos. Algo que no habían hecho cuando parecía tratarse "sólo" del espionaje a sus ciudadanos.

Ahora hemos sabido, gracias a las revelaciones de la prensa, que los norteamericanos tienen destacados en embajadas y consulados en distintas capitales, entre ellas las europeas Berlín, Madrid y Roma, a empleados de un servicio de elite llamado "Special Collection Service" (Servicio Especial de Captación) en el que colaboran tanto la CIA como la Agencia Nacional de Seguridad.

Funcionan bajo cobertura diplomática, lo que les permite dedicarse de modo clandestino a sus actividades de espionaje político, económico e industrial. Y lo hacen igual en países supuestamente amigos que enemigos.

Porque, ya se sabe, Estados Unidos es un país que no tiene amigos y sí sólo intereses. Y como tal deberíamos tratarle también nosotros. Si no lo hacen los Gobiernos, que lo hagan al menos nuestros europarlamentarios. Por lo pronto han enviado éstos allí a una delegación en busca de explicaciones. Su arma es precisamente la firma o no del Tratado de Libre Comercio, que tanto parece interesar a Washington.

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