La ventaja que tienen los programas en los que aparece Miguel Ángel Rodríguez es que son la condición de posibilidad para que existan programas en los que no aparece Miguel Ángel Rodríguez. Así dicha, la frase anterior puede parecer una tontería, pero, créanme, es el único argumento que remotamente consigue consolarme ante la existencia de Miguel Ángel Rodríguez y ofrecerme una mínima razón para seguir adelante en un universo en el que existe Miguel Ángel Rodríguez. Es inútil negarlo: Miguel Ángel Rodríguez no es una alucinación colectiva, una singularidad meteorológica, una gran broma de cámara oculta que nos gasta el Hermano Mayor. Miguel Ángel Rodríguez está ahí y pertenece a esa nube de fenómenos cuya existencia apetece negar pagando el precio de la neurosis. He visto a algunas de las mejores mentes de mi generación destruidas por la incapacidad de aceptar la existencia de «Chiquitita» de «Abba» o de Bibiana Aído. Ahorrémonos años de psicoterapia vana y reconozcamos la verdad: Miguel Ángel Rodríguez no sólo es posible, sino que es probable. De hecho, es.

Y esta semana ha dejado de nuevo muestras de su existencia asegurando que Wyoming es cocainómano. Así como alcohólico no es aquél que bebe alcohol sino el que presenta una dependencia médica de tal sustancia, la condición de cocainómano no sólo re quiere el consumo de cocaína, sino, además, la dependencia física de tal droga. El marasmo que sucede a cualquier intervención de Miguel Ángel Rodríguez sólo es comparable al alivio que se experimenta al distinguir su ausencia en cada uno de los sitios donde no está. Hay que tragarse a Marhuenda en las tertulias de La Sexta, es cierto, pero no a Miguel Ángel Rodríguez. Hay que encajar con deportividad la presencia de Curry Valenzuela en las tertulias de TVE, también, pero ni siquiera Curry es Miguel Ángel Rodríguez. Todo mejora si notamos la ausencia de Miguel Ángel Rodríguez. Con esta idea y una dosis media de serotoninérgicos conseguiremos salir adelante.