Con los aeropuertos gallegos los políticos han hecho de todo, menos lo que tenían que hacer: planificar y coordinar. Y lo han hecho todos por igual. O sea, igual de mal. Como con tantos otros asuntos, han dedicado más tiempo a utilizarlos políticamente y echarse las culpas de la desfeita que a adoptar las medidas oportunas para sentar las bases de un sistema aeroportuario sensato, eficiente y útil para los ciudadanos.

Una vez construidas las tres terminales, los responsables públicos tenían dos opciones, básicamente: dejarlas competir en libertad, de forma que el mercado y la competencia se encargase de establecer los marcos más favorables para los usuarios, o coordinar su funcionamiento de manera responsable y equitativa para desarrollar así todas sus potencialidades y aumentar aún más la calidad del servicio. En una palabra, dejar hacer o hacer bien.

Pues bien, hete aquí que han optado por lo más difícil y perjudicial para todos los gallegos. O sea, por intervenir, por enredar con el mercado, pero haciéndolo mal. Y así, los responsables políticos llevan casi dos décadas atrapados en una intrincada maraña de ayudas encubiertas a los vuelos, ayudas que reparten caprichosa y arbitrariamente para desesperación de los usuarios de las terminales y mayor gloria y satisfacción de las compañías aéreas, que ven como año tras año aumenta graciosamente su margen para el chantaje.

Los despropósitos cometidos han sido tantos y tan grandes, que a día de hoy el problema aeroportuario gallego es tan fácil de delimitar como intrincado de resolver. El problema radica, dicho grosso modo, en el contumaz empeño por potenciar la terminal que no tiene viajeros propios, a costa de sacrificar aquellas otras dos que sí los tienen. En el fondo, y con ligeras variaciones en función del momento y el político de turno, ésa ha sido siempre la clave de nuestra desfeita aeroportuaria. Realmente lo único novedoso ahora son las estrategias arteras en pos de políticas de hechos consumados inaceptables. ¿Que por qué? Pues porque nunca antes se habían repartido las ayudas de manera tan arbitraria.

El aeropuerto de Lavacolla presenta los mejores números de Galicia gracias, fundamentalmente, a las ayudas que la Xunta concede a la compañía de low cost Ryanair. Ayudas que inició Fraga, continuó el bipartito y mantiene Feijóo. Esa compañía ha recibido 7 de los 9 millones de euros dados a la terminal desde 2005, por ejemplo. Si Ryanair dejara de operar en Lavacolla la terminal se hundiría, literalmente. Así de sencillo. Ella misma lo reconoce. Y la razón de que opere allí es, lógicamente, las ayudas que le conceden.

Recién llegado a la Xunta, Feijóo intentó reconducir los acuerdos con la compañía irlandesa, que respondió con un chantaje tan rotundo como desvergonzado, por público y estentóreo. Resultó imposible. Hizo entonces otra cosa la Xunta: compensar a Peinador y Alvedro. Les concedió 3 millones de euros, aproximadamente, entre 2009 y 2011. Cortó las ayudas ese último año asegurando que no volvería a darlas más a compañía aérea alguna y aclarando que se mantenían las de Ryanair solo hasta diciembre de 2013, y porque ya estaban firmadas.

Por entonces los ayuntamientos ya habían entrado también en la puja por captar vuelos a costa del erario público, es decir, del dinero de todos los contribuyentes. Dado que no todos los ciudadanos utilizan habitualmente transporte aéreo --es más, lo hace solo una minoría--, tal práctica implica, entre otras consideraciones, que unos pocos se benefician del dinero que sale del bolsillo de la mayoría.

Además de muy probablemente ilegales, de hecho por eso se enmascaran, las subvenciones encubiertas a las compañías aéreas son contraproducentes, salvo contadas excepciones, tal y como hemos sostenido siempre en este mismo espacio editorial. Y las únicas excepciones aceptables serían aquellas concebidas por tiempo limitado y reducido a una línea concreta para que se implante, a condición de que luego opere regularmente sin ayudas.

Pero más inaceptable aún que conceder ayudas sine die es otorgarlas de forma arbitraria, obligando a ésta o aquella terminal a competir en impresentables condiciones de desigualdad por el favoritismo o el capricho político de turno. Y eso es, exactamente, lo que está ocurriendo con el aeropuerto de Peinador, la gran terminal del sur de Galicia, la que da servicio a la mayor conurbación de la comunidad.

Porque mientras la Xunta, del PP, concede ayudas a Lavacolla, y el Concello de A Coruña, también del PP, se las otorga a Alvedro, el PP de Vigo se las niega a Peinador. Y así, poniendo sobre la mesa 1,3 millones de euros, de un total de 4 que prevé destinar para ayudas a las compañías aéreas, el Concello de A Coruña se ha puesto manos a la obra para desmantelar los servicios de Air Europa en Peinador y llevárselos para Alvedro.

Primero se llevó los grandes aviones de 122 plazas, sustituidos en Peinador por turbohélices de solo 68 asientos sin apenas espacio para equipaje y que alargan la duración del vuelo media hora. El clamor popular fue tal, que la compañía se vio obligada a anunciar que repondría los aviones grandes a partir del 16 de septiembre. Ahora acaba de anunciar, en medio de similar escándalo, que suprimirá el primer vuelo de la mañana y el último de la noche, es decir, los dos que permiten realizar con normalidad y provecho una jornada laboral en Madrid. O sea, los vuelos empleados en viajes de negocios, que representan casi la mitad de los que se realizan desde la terminal. De hecho el sur de Galicia genera el 50% de todos los viajes de negocios de la comunidad a Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao.

Los viajeros de Peinador no solo perderán tiempo y dinero. También perderán las conexiones nacionales e internacionales del segundo banco de salidas desde Barajas, en la franja comprendida entre las 9.30 y 10.30 horas. El avión de Vigo no aterrizará hasta las 10 de la mañana con lo que no llegará a tiempo para esos enlaces. Volar a Europa o a destinos transversales dentro de España obligará a hacer escalas y largas esperas en Barajas o partir del día anterior y pernoctar en Madrid. El desmantelamiento iniciado por Air Europa en Vigo tras la millonaria subvención recibida del concello popular de A Coruña no termina ahí. Se acaba de saber que a partir del 22 de septiembre también cancelará la única ruta con Tenerife, vigente desde hace siete años y que operaba con una ocupación superior al 90%, un porcentaje que hace incomprensible su cierre.

Se cancelan rutas eficientes en Peinador con la misma desvergüenza que en su día se implantaron en Alvedro y Lavacolla vuelos subvencionados a París, un destino que opera desde hace más de una década satisfactoriamente en la terminal del sur sin recibir ayuda alguna. Todo vale en esta esperpéntica carrera de despropósitos que aboca a los gallegos a un absurdo y costoso modelo aeroportuario, cada vez menos competitivo y útil.

Peinador va camino de acabar el año con poco más de 600.000 viajeros, apenas cien mil por encima del límite fijado por Fomento para reducir los horarios de funcionamiento del aeropuerto, o sea, para descenderlo de categoría, por decirlo coloquialmente. Peinador cerró 2007 con 1,4 millones de pasajeros. Entonces, su ruta a Madrid, que rozaba el millón, era la más ocupada de todo el Noroeste español. Le ha afectado la crisis económica, como a todos los demás aeropuertos, sin excepción, junto con errores de otro tipo, pero sobre todo es víctima de las ayudas que están recibiendo los demás aeropuertos: las referidas a Ryanair en Lavacolla, las más recientes a Air Europa en Alvedro y las que percibe Sa Carneiro. La coincidencia en el trasvase de pasajeros entre terminales lo demuestra sin margen para la duda.

Ante esta situación, la Xunta no puede seguir simulando que pasaba por allí, ni declarándose a estas alturas incompetente (sic) en la materia, ni esperando a que Fomento pique y cargue con el mochuelo de ese fantasmagórico comité de rutas que, entre otras cosas, la saque del lío de haber prometido suprimir las ayudas a Lavacolla. De la misma manera que el PP de Vigo ni puede ni debe arrastrar de por vida sobre sus espaldas la condena de haber hundido Peinador. La solución es muy sencilla: ayudas para todos o ayudas para nadie sin más dilación, sin más hechos consumados.

Tarde o temprano Galicia exigirá saber por qué y quién asumió la responsabilidad histórica de regalar al aeropuerto de Oporto -copiosamente subvencionado por el Gobierno luso y su ayuntamiento, claro está- la capitalidad aérea de la eurorregión, pues ésa y no otra es la batalla realmente relevante de esta historia, la que estaba destinada a hacer país, como tanto les gusta decir a los políticos cuando les interesa. De la misma manera que exigirá que se desenmascare a los responsables no solo de eso, sino del absurdo, inaceptable y penoso intento de dejar a todo el sur de la comunidad sin el aeropuerto que se merece.