Hace dos semanas nuestras vidas se vieron sacudidas por un fatídico accidente de tren. Un accidente que truncó muchas vidas de seres queridos y que rompió proyectos de vida, ilusiones, esperanzas.

La imagen del tren descarrilando no paraba de repetirse en mi mente. Parecía más un fotograma de una película, que un hecho real ocurrido a unos cuantos kilómetros de nuestra casa. Me preguntaba cómo podía haber pasado aquella desgracia. En la televisión no paraban de dar imágenes del accidente, y entre la chatarra se veían cuerpos sin vida.

Tenía que cerrar los ojos para no ver todo ese dolor, para que no se me rompiera el corazón. No servía de nada, claro, un hecho como este no se te quita de la cabeza por mucho que cierres los ojos.

En los días que han sucedido a este maldito hecho, las muestras de condolencia y apoyo han sido unánimes, como no podía ser de otra manera. Se han escrito cientos de artículos donde se intentaba dar ánimos a los familiares y amigos, y donde se alababa la entrega de todos aquellos que, siendo profesionales o no, estuvieron desde el primer momento auxiliando a los heridos e intentando salvar vidas. Hago mío todo lo dicho y envío un abrazo desde el fondo de mi corazón a todos aquellos que han sufrido de forma directa el golpe de la tragedia.

Ahora que ya han pasado unos días, sigo dando vueltas a ¿cómo se mira el mundo después de haber perdido a los seres más queridos? ¿Cómo afronta uno el día a día sin aquellas personas que estando le daban sentido?

Hace mucho años, y quizás dejándome llevar por la filosofía de vida de mi tierra de origen, opté por tener un pensamiento para no angustiarme en el día a día. "Hay que estar preparados para desaparecer de este mundo, pues nunca sabemos el momento que nos tocará y, por lo tanto, vale la pena vivir cada momento como si fuera el último."

Cuando me levanto, después de dar gracias por el nuevo día, me digo que lo debo vivir como si fuera el último de mi vida. Solo así pienso que el día en que me toque dejar este mundo, habré disfrutado al máximo. A mí me sirve, y por eso intento que todos los que me rodean afronten la vida siguiendo este principio.

El único consuelo que nos puede quedar cuando perdemos a un ser querido, es pensar que disfrutó de todos y cada uno de los momentos que vivió. La pérdida es irreparable, nadie nos puede devolver a nuestro hermano, padre, amigo, pero si que podemos recordarles disfrutando de la vida, y hacer nuestros esos pequeños momentos en que haciendo las cosas mas cotidianas fuimos felices juntos.

A todos los que habéis sufrido esta tragedia en primera persona, solo puedo decir que os llevo en mi corazón, y que si alguna de las cosas que escribo en este artículo os ayuda aunque sea solo un poquito, habré conseguido que este día tenga sentido en mi vida.