En España un imputado, si tiene alguna notoriedad o aun no teniéndola se ve envuelto en una causa notoria, es condenado a toda prisa por el tribunal informal de la opinión pública. Si luego resulta absuelto, le costará ya mucho restituir la fama que se ha escurrido por el desagüe del fregadero. Esto tal vez sea inevitable, pero habría que tratar de minimizar daños para el inocente condenado en la plaza pública, y por eso parece legítimo que en alguna fase del proceso se preserve el hermetismo. Ahora bien, de ahí a impedir que la prensa se haga eco de lo que logre saber del caso, imponiendo una forma de censura, hay un paso de mucho peligro. La justicia debe evitar las fugas en sus cañerías, pero poner un dique en las redacciones toca ya el nervio sensible de la libertad de información. Si ese nervio se anestesia, en país tan poco transparente podemos acabar todos en el cuarto oscuro.